Otra víctima de la alevosía
El se llama Manuel y se ve que es un hombre bueno que acepta los desafíos de la vida con hidalguía. Manuel, hoy, con seis décadas sobre el lomo y padeciendo las secuelas de la polio, todavía busca la vida para mantenerse en esa casa levantada con sus propias manos.
Se ve que Manuel es un hombre digno y templado, pero hoy se lo ve quebrado.
Hoy, los ojos de Manuel desbordan lágrimas de indignación, de desolación.
Hoy, las palabras de Manuel se ahogan en desesperanza, en desconsuelo, cuando relata los hechos.
No es para menos.
Los hechos comenzaron hace quince días cuando algún iluminado decidió remover los añosos eucaliptus que acompañaban el final de la calle Güemes antes de llegar a la Perón.
El acto era una sencilla herejía innecesaria, pero primaba el interés de algún funcionario en quedarse con la leña y el interés de sus superiores en compensarle a este algún servicio extra prestado.
Negocio redondo y en la avidez del negocio a quien le importó el prójimo.
Entre esos prójimos le tocó en suerte estar a Manuel.
Y Manuel les dijo que así no era, pero ellos se reían.
Y los vecinos les dijeron que así no era, pero ellos se burlaban.
Los vecinos les demostraron la necesidad del soporte técnico adecuado y demandaron un proceder calificado para tan riesgosa maniobra.
La risa y la burla continuaron.
El último viernes, tal vez ávida de efectivo para el fin de semana largo, la brigada descalificada procedió con su cometido y Manuel y sus vecinos debieron abandonar el lugar para no perecer entre los destrozos.
Y los destrozos anunciados ocurrieron tal cual lo predicho.
La brigada se dispersó y desapareció como ratas. El responsable dudó mucho en mostrar la cara y se limitó a asomarse en su tartamudeo.
Dicen que el responsable supremo apareció por el lugar, difícil son de imaginar sus excusas, aunque siempre algo se le ocurre.
Nadie pudo darle las disculpas del caso a Manuel, muy ocupados tal vez, solo algún inmoral le tapó la destruida casa con un plástico y otro pícaro intentó acomodarle las chapas como todo resarcimiento.
¿No son estos procederes propios de delincuentes desprovistos de cualquier resabio moral?
Eso sí, el árbol fue rápidamente trozado y la leña recogida con celeridad.
Hoy Manuel está triste y de sus ojos brotan lágrimas de angustia, de despojo. Manuel es otra víctima de la alevosía y, definitivamente, no merece esto.
A Manuel ya nada le va a cambiar la vida, pero las personas involucradas en la contratación de un servicio abiertamente descalificado beneficiando a un funcionario involucrado, poniendo en riesgo a ciudadanos y destruyendo bienes privados, definitivamente, deben renunciar.
Norman Robson para Gualeguay21