6 noviembre, 2024 3:37 pm
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Pastores para la fe del pueblo

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.

En estos años varias veces publicamos en esta columna cartas que escribí a las mamás, los papás, los catequistas, los docentes… La vez pasada un sacerdote de la diócesis me decía por qué no publicaba también alguna de las cartas que les dirigía a ellos. Entonces, les acerco estas líneas que les hice. Recemos por ellos.

 

“Querido hermano:

 

Este 4 de Agosto celebramos la memoria de San Juan María Vianney, patrono de los sacerdotes. El Papa Benedicto XVI nos destacó su ejemplo para el Año sacerdotal que tantos frutos ha dejado a la Iglesia.

 

Por eso quiero compartir con vos estas sencillas reflexiones y dar gracias a Dios por el don de tu sacerdocio y la comunidad presbiteral que el Señor regala a nuestra Diócesis.

 

La carta a los Hebreos nos enseña que el sacerdote es ‘tomado de entre los hombres y puesto para intervenir en favor de los hombres en todo aquello que se refiere al servicio de Dios’. (Hb. 5,1) Nuestra identidad tiene entonces relación con haber sido elegidos —tomados de entre los hombres— por Dios para servir al Pueblo en la fe. Por eso nuestra vida está de cara a Dios y a los hermanos. Si no miramos a Dios en la oración, en su presencia viva en la Iglesia, en los sacramentos, en la Palabra… no miramos al origen y principio de nuestra vocación. Si no miramos a los hermanos para servirles, para que tengan vida en abundancia, no damos los frutos que el Señor espera de nosotros.

 

Él nos llama por amor. Nos llama amigos y nos confía lo que más ama en este mundo: sus hijos. Por eso el amor con que le respondemos tiene la misma medida que la exigida a Pedro: Si me amas ‘apacienta a mis ovejas’. (Jn. 21, 16)

 

Apacentar es conducir y enseñar dando testimonio de la verdad que proclamamos. Pablo VI nos decía que el mundo de hoy ‘escucha más a los testigos que a los que enseñan, y si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio’ (EN 41). De allí la vinculación tan estrecha entre Nueva Evangelización y santidad. En la vida experimentamos y sufrimos nuestras incoherencias. Debemos cuidarnos de no quedar instalados en las mediocridades. La vida en el Espíritu es un permanente llamado a la conversión personal y pastoral. Y esto surge del corazón. No se trata de un maquillaje piadoso sino de una actitud vital. Pero digamos también que santo no solo hay que serlo sino parecerlo.

 

La vida y vocación sacerdotal se da en la Iglesia, en vínculo de afecto con el obispo y el presbiterio, con las comunidades. Nuestro servicio también consiste en acompañar a aquellos que como agentes pastorales tienen la hermosa vocación de ser co-responsables en la animación pastoral. No podríamos imaginar qué sería de las comunidades sin catequistas, voluntarios de Caritas, misioneros, consagradas… Recemos entonces por todas las vocaciones.

 

Estamos preparando la celebración de los 25 años del Seminario Diocesano ‘María Madre de la Iglesia’. ¡Cómo no rezar para que el Buen Pastor nos envíe más trabajadores para la mies!

 

En estos tiempos, en varias ocasiones hemos visto con dolor situaciones de graves incoherencias de ministros de la Iglesia; algunos con amplia difusión en los medios de comunicación. Sabemos que la inmensa mayoría de sacerdotes y consagrados vive con generosidad y entrega, aunque nunca exentos de fragilidad y limitación. Debemos aceptar la verdad de la miseria sin negarla. Pero también debemos con fuerza dar gracias a Dios por las luces presentes en la Iglesia.

 

Las miserias nos salpican a todos, y por eso todos debemos asumir el llamado permanente a la conversión. Reforcemos la oración pidiendo la gracia de la santidad. Pidamos con humildad a nuestros fieles que recen por nosotros y nos sostengan con su afecto.

 

Los desafíos los reconocemos también en las barreras que hoy se ponen a la fe cristiana. Poca respuesta, escaso compromiso, familias con vínculos endebles.

Tenemos experiencia de un Dios que es amor y está vivo. Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. Él nos ama de verdad y nos quiere felices, con vida en abundancia (Jn. 10,10). Encontrarlo a Él nos colma de alegría, y en sus manos confiamos nuestra vida, nuestro ministerio.

 

Te quiero recordar tres modelos sacerdotales —de entre tantos— presentes en este tiempo.

 

San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars. Mirando su vida, pidamos al Señor nos conceda austeridad, espíritu de oración y contemplación, confianza en la Providencia, misericordia con los pecadores, amor a la catequesis.

 

San Alberto Hurtado, cuya memoria se celebra el 18 de Agosto. Recorría las barriadas de Santiago de Chile haciéndose cargo de los niños pobres; predicaba a los jóvenes en la escuela y la universidad, promovía la pastoral obrera, enseñaba la Doctrina Social de la Iglesia. Un modelo también para hoy.

 

El padre José Gabriel del Rosario Brochero. De este Cura imitemos su pasión por llegar a los más alejados y pobres. Su deseo por acercar a los hombres a Jesucristo no tenía fronteras geográficas ni de prejuicios que dieran por perdida la eficacia de la gracia. Pidamos por su pronta beatificación.

 

María, madre de los sacerdotes, acompañanos con tu ternura y ayudanos a perseverar en la petición del don del Espíritu Santo que el Padre y el Resucitado derraman en la Iglesia y en el mundo. Con mi cariño y bendición.”

 

 

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