Querida mamá
Hoy te celebramos de una manera particular. Ser mamá implica haber estado habitada en tu vientre y tu corazón por el misterio de la vida que se desarrolla.
Me conmueve ver la ternura con que las embarazadas se acarician la panza identificando la forma de su bebé. Lo grandioso del intercambio de amor madre-hijo ya se va tejiendo desde esos meses en que la vida gana espacio día tras día. Un regalo de Dios que no será estático, sino que tendrá novedades cotidianas y dimensiones también de rutinas y horarios.
En los primeros días siguientes al parto te veo jugando con su mano pequeña en la tuya comparando formas, tamaños, colores. Cuántos sueños pasan en esos momentos por tu corazón y tu mente. Muy pronto te recibiste de traductora e intérprete de miradas, llantos, toses, temperaturas, cuando tus hijos aún no hablaban.
Enseñar a caminar, a comer, a prestar, a perdonar, a jugar, a decir la verdad… ¡De cuántas materias sos especialista!
Y siendo niños o adolescentes te invade temor y hasta angustia por un mundo agresivo, injusto, que no ofrece oportunidades iguales a todos. ¡Cómo quisieras algo distinto para los que tanto amás!
Sos mamá siempre. También cuando los hijos hacen su propio camino y forman su familia o toman sus opciones de vida, a veces lejos de casa.
Y Dios te vuelve a regalar la vida pequeña en los nietos. Otra vez el misterio de la vida.
Hermosa vocación la de las mamás del corazón que acogen en adopción la vida engendrada y la cubren de ternura.
Pero la maternidad no siempre está rodeada de la dulzura que se merece. A veces la vida irrumpe en momentos no buscados.
Y hago pasar por mi corazón escenas de mamás adolescentes que con gran sacrificio llevan adelante el embarazo, a veces con el rechazo de la familia o en medio de la pobreza. La violencia familiar, el abuso sexual, la falta de orientación o diálogo someten a algunas chicas a una maternidad temprana que marcará un cambio enorme en su historia.
En esos momentos el compromiso por la vida de varias personas y grupos viene a dar una mano.
Los grupos de “Gravida”, de Cáritas, de organismos municipales o provinciales, de distintos credos, se acercan para apoyar y acompañar, para consolar y dar fuerza, para ayudar a recibir con alegría la vida que viene. Algunas mamás del barrio no se borran, sino que ayudan a preparar la ropita y todo lo necesario.
Nos duele también cuando la mamá enferma o muere dejando orfandad y desamparo, o algunas situaciones de abandono que tiran la toalla porque no dan más o no les da el cuero para hacerse cargo. Cómo duele ver tantos chicos abandonados o solos por la calle. Quiero acercarme también a las mamás que atraviesan el difícil desgarro de la muerte del hijo. Un abismo profundo e insondable se abre en el corazón.
Rezo por todas las mamás, las abrazo y las bendigo.
En estos meses el Papa Francisco ha insistido en unas cuantas oportunidades en señalar que la Iglesia es madre. Que cuida de todos sus hijos, que ama a todos —santos y pecadores—, que debe recuperar la ternura y la misericordia. En este día rezo entonces también por la Iglesia en todo el mundo. Quiera Dios que nos destaquemos por esos rasgos maternales.
Dios mismo se nos presenta con esa dimensión maternal de su amor. El profeta Oseas nos dice: “Cuando Israel era niño, yo lo amé (…) Le enseñaba a caminar y lo tomaba por los brazos (…) yo los atraía con lazos humanos, con ataduras de amor; era para ellos como los que alzan a una criatura contra sus mejillas, me inclinaba hacia él y le daba de comer” (Oseas 11, 1 – 4).
Jorge Eduardo Lozano, Obispo de Gualeguaychú