¿Quién tiene en cuenta a Clarita y Cachito?
Clarita y Cachito son aventajados estudiantes secundarios de nuestra educación pública. Son alumnos promedio de una familia promedio con padres promedio que tienen ingresos promedio. O sea: son gurises promedio. Pero que hoy sufren la pandemia en todos sus vectores de desarrollo: el intelectual, el social, el deportivo, el cultural, ante la mirada indiferente del mundo. ¿O acaso a alguien le preocupa lo que ellos atraviesan, que es totalmente distinto a lo que viven los mayores? ¿Quién los tiene en cuenta?
La escuela, el club, la calle y la casa del compañero, o de los primos, ya casi no están a disposición como lo estaban, y, si están, no son lo que eran, uni les brindan lo que les brindaban. Del mismo modo, sus hogares ya no son los mismos. Mientras unos viejos les ordenan “encerrate”, a la vez que pretenden imponerles una virtualidad del siglo XXI, su realidad, propia del siglo XIX, les hace la vida inaccesible. El barbijo y el WiFi llegaron a sus vidas como sinónimos de miedo e impotencia, mientras que la incertidumbre y la angustia llegaron para alterar su rutina para siempre. ¿Alguien les explicó algo?
Como si esto fuera poco, enfrentan, al mismo tiempo, las contradicciones de su estado de derecho, aquel por el cual, según les contaron, les aseguraba tener derecho a todo, sin esfuerzo alguno. Incluso al celu top, a las zapas nuevas, a la moto, aunque sea usada, y a cuanto producto que les diga la tele que hay para tener. Nadie les avisa que esa gente de la tele, feliz con sus chiches, son de mentirita, y, si las ven en la vida real, en general, costaron muchos sacrificios, salvo que sean robadas, o resulten de un puestito en el gobierno. ¿Alguien les habló al respecto?
Clarita y Cachito son esponjas que absorben de la realidad todo lo que haya en su entorno. Están en esa etapa de la vida en que la experiencia de vivir es aquello que moldea sus personalidades para su futuro, para siempre. Esos ejemplos y contenidos que ellos absorben o incorporan casi instintivamente, esos que antes ya les llegaban degradados, o distorsionados, hoy les llegan a medias, cercenados, y la confusión, si ayer era crítica, hoy es nefasta. Pero ni antes ni hoy se supieron confundidos. ¿Alguien les aviso?
Las rutinas matinales de estos gurises, hoy, dejaron de ser rutinarias, pues reina la incertidumbre, y su disciplina, ese conjunto de normas cuyo cumplimiento constante conducen a un resultado, ya no existe. Ya la semana de clases no tiene cinco días, ni su jornada seis horas, pero el problema es que nadie sabe cuanto duran una u otra. El factor sorpresa impera como nunca, ya que la clase, presencial o virtual, depende de impredecibles factores, como la burbuja, algún contagio, y la sabionda voluntad del docente, del ministro y del secretario del sindicato. ¿Alguien se preocupa por ellos?
Así, Clarita y Cachito son sometidos a un régimen bajo la amenaza de virtualidad o muerte, haciéndoles tortuosa la presencialidad, de modo de hacerlos rogar por la versión que les permite ir a la escuela sin siquiera salir de la cama. En su ignorancia, eso sí que garpa. Ellos no tienen idea de cómo están sacrificando su futuro, y el futuro de todos y todo, algo que todos parecen ignorar, o despreciar. De todo esto, a ellos solo les queda el ejemplo. ¿Alguien se molestó por saber qué ven o qué sienten?
Por otro lado, el club está cerrado, el parque también, y también el teatro. Ni hablar de las juntadas, menos a tomar mate, olvídate de una birra. A Clarita y a Cachito les suprimieron casi todas las alternativas de contacto social, de práctica disciplinaria y de incorporación de conocimiento, al tiempo que los acorralaron en sus hogares. ¿Alguien sabe lo que significa eso en plena construcción de la personalidad?
Y, en casa está todo mal. Obligados por el “quédate en casa”, el hogar se vuelve un infierno. En la normalidad prepandémica, ya era difícil contener la intensidad de los gurises en su etapa de explosión hormonal, pero, hoy, duplicado o triplicado el tiempo de convivencia, los roces ponen al rojo vivo las relaciones familiares. Se impone la intolerancia y la supremacía de aquel con más poder. El consenso y la armonía se fueron por el caño, y, atrás de ellos, los afectos. ¿Alguien reparó en esto?
Antes, toda esta situación hubiera expulsado a Clarita y a Cachito a la calle, o a la esquina, o a la droga y al delito, pero, hoy, tienen que quedarse en casa peleándose hasta contra las paredes, acumulando hormonas, y destilando bronca, frustración y rencor, emociones que solo pueden desahogar en el celular. Afortunadamente, sean como sean, casi todos tienen un aparato en el cual volcar sus fantásticos sueños, propios de esa hermosa etapa, pero hoy despreciados y coartados en el mundo real. Sueños que se degradan día a día, hasta desaparecer, y perder toda expectativa de la vida. ¿Alguien quiere que respeten su vida, y la del otro?
Algo como esto atraviesan hoy los gurises como Clarita y Cachito. Son como zombies sin rumbo o destino, inconscientes sobre su deriva. Son como rehenes cautivos entre barrotes de ignorancia, sin nadie interesado en pagar rescate alguno, mientras desde allí observan, impotentes, que todas las discusiones van en cualquier sentido, pero ninguno los incluye. Afortunadamente, ellos no saben las fortunas que se han acumulado en nombre de incluirlos, en inclusiones que todavía no existen. ¿Qué pensarán cuando escuchan a la gente embanderarse en sus derechos, fingiendo que luchan contra su exclusión, y por su bienestar?
Muchas preguntas cuyas respuestas asustarían. Lo cierto es que los gurises como Clarita y Cachito solo interesan para ganar votos, o para parecer buenos, o para cargarles irresponsabilidades. ¡Cuánto discurso se escucha en nombre de ellos, cuantas culpas en ellos recaen, y cuán poco se los tiene en cuenta! Solo pensar que con ellos se evapora el futuro me angustia.
Norman Robson para Gualeguay21