Realidad mata relato
El avance de la pandemia nos ha llevado a una situación en que, a cada gualeyo, no le alcanzan los dedos de una mano para contar los “irresponsables” conocidos que se contagiaron y zafaron, o que se enfermaron y la pasaron mal, o que se las vieron tan mal que murieron. Hoy, las autoridades ya pueden contarla como quieran, pero, al fin del día, lo que todos sabemos bien, en carne propia, es que esto avanza y nadie se hace cargo de darle una solución.
Sea culpa de quien quieran que sea, la situación y el impacto del avance del virus ya lo vivimos, y lo sentimos, en primera persona. Ya no necesitamos que nos la cuenten, ni, mucho menos, que nos enrostren que mientras “los muertos no sean nuestros muertos” no haremos caso. Pasaron 14 meses en que pudieron contarla y hacer algo para evitarla, pero no lo hicieron. Esa oportunidad, hoy, ya pasó.
“La familia de Fulanito está aislada, al igual que los que trabajan con Menganito, porque van a trabajar igual”. “Sultana estaba vacunada y se enfermó, se contagió de la vecina, que no se aisló”. “Al viejo Fulano, el de la otra cuadra, lo contagiaron los nietos, que hacían juntadas todas las noches”. “La Mengana, que tiene apenas 30, está entubada, mal”. “Al tío Mengeche se lo tuvieron que llevar a Paraná porque acá no quedaba lugar, y nadie sabe cómo se contagió si no salía nunca”. “Mi concuñada, la Fulana, se murió nomás, y ni sus criaturas la pudieron despedir”. “Igual que Sultano, que venía bien pero se le complicó”.
En cualquier conversación de hoy se encuentran frases muy parecidas a éstas. Hoy todos tenemos varios conocidos que son, o fueron, víctimas del virus, sea por estupidez, por ignorancia, o por lo que sea, y, a pesar de eso, todos son señalados como responsables de haberse contagiado, pues solo se salvan los que se cuidan. Pero ya sabemos que esto no es así, sino que muchos no tuvieron cómo protegerse, y quienes debían protegerlos, no lo hicieron.
Lo cierto es que ya no pesan las cifras oficiales apoyando un relato, hoy solo pesan los nombres y apellidos, bien conocidos, comprometidos por el libre avance del virus. Hoy se cayó el relato, y se impone la realidad que pretendía encubrirlo.
“Pero si los gurises siguen con sus clandes”. “Pero si en algunos comercios te atienden sin barbijo”. “Pero si en las empresas hay casos y no se aíslan”. “Pero si en los barrios nadie cumple con nada”. “Pero si nadie se fija si los contactos se aíslan o no”. “Pero si tenés síntomas, no te hisopan y te mandan a guardar”. “Pero si en todos lados cada uno hace lo que quiere porque es responsable”. “Pero si no hay vacunas y las que hay se vacunan ellos”. “Andá a saber cuanto es cierto de todo esto”.
Estas frases tampoco son distintas a las de cualquier conversación que siga a la primera, y la realidad vuelve a imponerse por sobre el relato. Sabemos que podemos cuidarnos, pero no podemos escondernos, y, al salir a convivir en una sociedad liberada, donde no se imponen las estrictas medidas de protección sanitaria que amerita la situación, por más que nos protejamos, nos contagiamos igual, algunos nos enfermamos, y, de estos, algunos, nos morimos igual.
Cada día que pasa, con cada contagiado, y con cada muerto, el desamparo toma cuerpo y se hace cada vez más innegable a los ojos de la gente, mientras los muertos, verdaderos inocentes que ahora tienen caras conocidas, comienzan a merecer justicia y que los responsables se hagan cargo de su partida.
Norman Robson para Gualeguay21