Ser particular
Ser humanos en lo particular significa asumir, desde nuestro trabajo espiritual, que los valores que nos sostienen y nos alimentan no son solo nuestros, sino de toda una humanidad, pero como cada persona es única, original e irrepetible, solo accedemos a lo universal a través de lo particular. Es decir, los valores no tienen copyright, son de todos, pero cada uno tiene la posibilidad de encarnarlos, traducirlos, practicarlos, pensarlos y vivirlos según los rasgos de su individualidad. Y es en esa individualidad que cada uno se hace humano con su sello personal.
La falacia de suponer que debemos cancelar ese plano de lo particular para acceder de un salto a lo universal puede ser riesgosa. No solo porque alienta la demagogia, sino además porque puede ayudar a abonar sistemas totalitarios, ya que rápidamente aparecerá quien intente imponer su propio universal, para homogeneizar y soslayar o eliminar las singularidades.
Por el contrario, el acceso a lo universal debe hacer a través de lo particular. ¿Cómo?
Valorizando nuestros orígenes, nuestras raíces, nuestras tradiciones, nuestras casas, nuestros recuerdos, nuestra genealogía. Y respondiendo esas preguntas que nos interpelan desde que nacemos: ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?
Debemos valernos de todas esas manifestaciones de lo particular, ponderarlas y cargarlas en nuestro ser, no como una mochila que aminore nuestra marcha, sino precisamente como una brújula que oriente nuestro norte.
Y si en esa particularidad notamos que debemos hacer alguna modificación, o que queremos optar por otra cosa, o que tenemos el deseo de hacer una síntesis a partir de las diferencias que aprendimos de otros, intentaremos siempre encarar esa tarea como un acto amoroso de integración progresiva, y nunca como un corte abrupto o una negación respecto de lo anterior.
Nunca debemos renegar de nosotros mismos, sino asumirnos y aceptarnos. Porque se trata de potencia con la que venimos dotados. Y si bien podemos cuestionar el misterio de nuestro origen tanto como queramos (¿por qué nací donde nací?, ¿por qué soy quien soy?), la primera disposición amorosa que debemos tener con nosotros mismos es reconocer y aceptar que todo lo que somos es bueno. Todo es bueno. Y jamás debemos juzgarnos ni prejuzgarnos con la mirada del otro.
¿Cómo lo hacemos? Investigándonos, estudiándonos, buceando en las profundidades de lo que somos. Porque nadie ama lo que no conoce. ¿Para qué? ¿Para atrincherarnos en esas tradiciones, para refugiarnos en esa suerte de atmósfera controlada y cerrada a cal y canto? No, por el contrario, para poder integrarnos luego a lo universal aportando nuestras diferencias.
En reconocimiento y bendición.
Rabino Sergio Bergman