Tengo ADN y Rh… ¿me das DNI?
Últimamente se ha abordado la cuestión relativa al comienzo de la vida en diversos ámbitos. Es bueno plantearnos cuándo, cómo, por qué empieza la vida.
Desde el momento de la concepción estamos ante un nuevo ser con su propio ADN, distinto del ADN del papá y la mamá.
Será su identidad genética única, siempre, y que conservan los restos mortales de todo ser humano. Esta vidita anida en el vientre materno, pero no es un órgano. Tiene todo el potencial humano que poseerá a los tres meses del embarazo, a los nueve y al nacer.
Tendrá el grupo sanguíneo y el factor Rh del papá, la mamá o una combinación de ambos. Su corazón a las cinco semanas ya late a ritmo independiente; y entre el segundo y tercer mes, siente el dolor. Y el cariño.
Una vez que alguien empieza a existir, no puedo decirle “no existís”, “no vengas”. No tengo derecho por más que tenga poder. Cuando alguien muere, no puedo volverlo a esta vida, por más deseo o dinero que tenga. La vida y la muerte del otro no nos pertenecen.
¿Por qué hay vida en vez de nada? ¿Por qué vivo en vez de no vivir? Estas preguntas trascienden la biología y la genética. Necesitamos de la filosofía y la teología. Nadie existe por casualidad. La vida de cada uno es querida por Dios.
Cuando el embarazo sucede en un hogar pobre y la mujer es abandonada a su suerte, surgen otras dificultades. Largas colas para conseguir turno con médico especialista. Pocos controles clínicos durante el embarazo. Escasa asistencia alimentaria, a veces suplida por la solidaridad de vecinos y el cariño de la familia. La vida se cuida con delicadeza y mucho sacrificio en los hogares humildes. En línea con estos cuidados, debemos celebrar con alegría el anuncio realizado el 1º de marzo en el Parlamento por la señora Presidenta de ampliar la asistencia a la mujer embarazada.
En algunas ocasiones, con la noticia del embarazo se termina el noviazgo o el supuesto amor sin condiciones. Una sociedad con tolerancia a criterios machistas disculpa al varón, sea que abandone, niegue responsabilidad, abuse o viole. La mujer queda sola como si el embarazo fuera “su” problema.
Ante la madre soltera, surgen dilemas y presiones: ¿cómo decirlo en casa? ¿Y en el trabajo? Aparece la tensión entre la carrera, el novio, el hijo.
Es probable que el embarazo suceda en una mujer joven que no tenga las óptimas condiciones económicas para su futuro y el del bebé pero, ¿a cuántos compañeros de escuela y de trabajo conocemos con ese origen? Quizás alguien que está leyendo esta nota. ¿Cambiaríamos lo sufrido por la opción de no haber nacido?
En mi vida de sacerdote, he conocido mujeres que asumieron su maternidad en condiciones difíciles. A la hija o el hijo tampoco le resultó fácil, pero ellos siempre agradecieron la posibilidad de pelear la vida como venga.
Y hay que cuidarse mucho de los discursos que muestran como enemigos enfrentados a dos seres unidos profundamente: la madre y su hijo en gestación.
Plantearse las dificultades que tiene la actual ley de adopción, las trabas burocráticas y la poca conciencia de la sociedad en esta temática significaría un verdadero avance.
Ante un embarazo por violación de una mujer con capacidades diferentes, ir contra la vida inocente es una nueva agresión al cuerpo y a la sexualidad de la mujer. Una doctora me decía que es como una nueva violación a alguien que no entiende qué le está pasando. Generalmente, en estos casos queda impune el delito y sin sanción el abusador.
En la Iglesia no debemos tener actitudes hipócritas de condena. Estamos llamados a comprometernos con la vida de punta a punta. A las mujeres y los varones que asumen la responsabilidad de haber interrumpido la vida en gestación debemos recibirlos con su dolor y acompañarlos con la ternura de Dios, que tiene rasgos de Padre y de Madre. La vida pequeña no camina, pero ya está en marcha.
Por Jorge Eduardo Lozano, Obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Argentina.