Tinelli y el falso erotismo
No importa el desnudo. Es lo de menos que ahora se haya visto lo que se insinúa cada noche. Era esperable que se corriera el límite, porque eso es lo que pasa cuando no existe un dique que contenga al agua que avanza, agua que, en este caso, es el “relato” sexual explícito que hipnotiza al público en el programa de TV de Marcelo Tinelli.
Lo más grave es que haya habido una imposibilidad de darle palabra a ese malestar que generó el desnudo frontal tinelliano. El desnudo, que involucró partes del cuerpo femenino que hasta ayer nomás sólo aparecían en la pornografía o de los manuales de ginecología, es la frutilla de una torta que se ha cocinado desde hace largo tiempo.
Si antes se reprimía lo que hoy se exhibe sin demasiado problema (o con problemas que se ocultan en forma inversamente proporcional al destape corporal), hoy lo que está reprimido (casi suprimido) es un decir que dé cuenta de esa sensación de malestar que, como tal, es legítima y tiene su razón de ser.
Toda palabra asociada a ese malestar se pierde en el camino, dado que es violentamente asociada a un discurso ubicado en el estante de la pacatería y la represión victoriana. Por increíble que parezca, todavía hoy los profesionales de la transgresión por la transgresión misma se escudan en el discurso “revolucionario” para justificar sus acciones, supuestamente liberadoras.
Son ellos los que atrasan. Pero lo preocupante es no saber hacia dónde irá esa energía reprimida de quienes perciben que no conviene (en un sentido profundo y trascendente) que la iconografía onanista sea la que dicte cátedra sobre lo que es la sexualidad y, sobre todo, el erotismo.
Digamos lo que se intuye: la sexualidad y el erotismo sugeridos en el programa de Tinelli son mentirosos. Lo que hace que la especie siga reproduciéndose y disfrutando del erotismo día tras día no se asemeja a la iconografía prostibularia o pornográfica que se vende en este tipo de programas. Se trata de una didáctica histérica y falsamente orgásmica, ligada más a un universo onanista que a una sexualidad interesante y, de ser posible (ya que así es más divertido e intenso), compartida y afectivizada. Los consultorios de psicoterapia están llenos de consultas de quienes creyeron en esa liturgia sexual triple X, que extingue todo erotismo real y deja en un desierto emocional a sus seguidores.
¿Cómo decir, manifestar, explicar que, en realidad, criticar el mundo erótico representado en este tipo de “destapes” no es antierotismo, sino una apuesta al mejor erotismo de todos?
Diríamos que al señalar esto es casi imposible no ser víctimas de ese tipo de categorizaciones que hacen que personas que bendicen la existencia de una sexualidad plena, gozosa, divertida y vital sean metidos en la misma bolsa que fundamentalistas “mala onda” o refrigeradísimos militantes de la anorgasmia, sólo porque señalan que no es bueno que se use comercialmente a la sexualidad de manera tan grotesca en el living de gente que, por más hipnotizada que esté, no merece que se juegue de esa manera ni con ellos, los grandes, ni con los hijos pequeños que se quedaron frente al televisor más allá de las 22.
Lo que se está larvando es un enojo social que en otras épocas y en otras sociedades derivó en reacciones puritanas masivas y poco criteriosas. Sería un alivio que ese enojo tenga un lugar legitimado que se manifieste en términos del cumplimiento de una ley que diga: “Hasta aquí se llegó, no más”. Ese alivio lo sentirían también los propios protagonistas del circo, que podrán descansar de tanto estrés transgresor para así encauzar su arte hacia terrenos un poco más genuinos y fecundos.
Miguel Espeche para La Nación