5 octubre, 2024 3:20 am
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Un ejemplo que desnuda los contrastes de nuestra educación pública

En la mañana de hoy lunes, al igual que cualquier niña o niño de cualquier ciudad entrerriana, siete gurises de la zona rural de Cuchilla Redonda iniciaron su ciclo lectivo en la Escuela 33 “Evaristo Carriego”, bajo la tutela de una única docente, la Seño María Eugenia. En esa escuelita, ubicada sobre una calle de tierra que va de Carbó a Talitas, de lunes a viernes convergen alumnos y maestra luego de recorrer kilómetros en auto, a caballo, en bici o caminando. Pero la realidad de educador y educandos de este caso contrasta mucho con la de aquellos de la ciudad.

A lo largo de la historia, nuestros políticos nos han enseñado mucho de derechos. Ya Evita, a mediados del siglo pasado, dijo que “donde existe una necesidad, nace un derecho”, y, hoy, ya aprendimos que todos tenemos derecho a la educación pública. Pero del dicho al hecho hay un largo trecho, y ese derecho muchas veces depende, no de quienes deben garantizarlo, sino de quienes reconocen su importancia y se sacrifican por el mismo. Esto es así, en especial, en aquellas pequeñas escuelas del campo, las que logran cumplir su rol gracias a quienes se comprometen con ellas.

En este caso, el derecho a la educación llega hasta los pagos de Cuchilla, a la misma escuelita, de la mano de una docente y unos pocos pesos de presupuesto, para ponerse al alcance de las niñas y los niños de esa zona. Pero eso está lejos de ser suficiente. Los papás y mamás, con la maestra, pueden hacer todos los esfuerzos habidos y por haber, pero hay cosas que les son imposibles. Una es reemplazar al Estado.

Ni los padres, ni el docente, pueden hacer milagros en un escenario donde, hasta no hace mucho, no había electricidad, y hoy no hay transporte, ni cloacas, ni agua corriente. Ni siquiera hay señal de celular. Tampoco hay salud, ni seguridad, mucho menos hay asfalto, internet, o librerías.

En síntesis, en este alejado paraje rural, el Estado pasó, levantó la escuela, nombró una docente, y se rajó, dándose por cumplido. “¡Arréglenselas!”, parece que les gritó mientras se alejaba. Y la gente se las arregló, y hoy, al cabo de los años, se hace todo lo que se puede: las mamás y la maestra limpian, hacen la leche si hay, unas tortas fritas, algunos papás cortan el pasto, pero sigue habiendo cosas que no pueden.

Por ejemplo, ya tienen la bomba, pero no pueden costear la perforación para que tengan agua, tampoco pueden calefaccionar el aula, ni dar el almuerzo, como cualquier escuela. Igualmente, a pesar de todo esto, iniciaron, felices, un nuevo ciclo lectivo, la maestra feliz de enseñar todo lo que puede, y los gurises felices de aprender todo lo que pueden.

Sin dudas, una realidad que contrasta con aquella de la ciudad, y nos deja claro que sí importa dónde nacemos, pues eso, todavía, nos dicta qué tendremos.

Norman Robson para Gualeguay21

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