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Un Papa para todos

Hace una semana el mundo se sorprendía con el anuncio de la renuncia del Papa. No sólo los católicos, sino también referentes de otras religiones.

No tardaron en expresar su saludo y comprensión los presidentes y los líderes de diversos países del orbe.

Benedicto XVI nos dio un ejemplo de veracidad ante su conciencia iluminada por Dios en la oración. Decía en su carta: “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi  conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada,  ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio  petrino”. Claridad, sencillez, profundidad, y una decisión tan difícil como firme.

 

 

 

Como él mismo reconocía, la situación “en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe” reclama fuerzas importantes para desarrollar la misión que le compete al sucesor de Pedro.

En varios medios locales e internacionales ya han ido apareciendo especulaciones acerca de posibles candidatos, nacionalidades, modos de ser, etc. También se realizaron comentarios sobre supuestas o posibles intrigas palaciegas, más propias de novelas de ficción que de acontecimientos verídicos.

No obstante, los cardenales son seres humanos, limitados y pequeños, y algunos experimentarán también la tentación de dejarse llevar por criterios reñidos con el Evangelio. El mismo Papa les ha dicho en alguna oportunidad que fueran servidores de la Iglesia y no se dejaran llevar por apetencias de poder o deseos de “hacer carrera”. Si alguno tiene corazón cerrado o criterios mundanos, es una pena, pero no imposible. El conjunto de ellos, gracias a Dios, no es así.

Del Cónclave participarán Cardenales que son obispos de importantes arquidiócesis en el mundo —Buenos Aires, Bogotá, San Pablo, Nueva York, París, Milán…—, y otros que se encuentran cumpliendo funciones diversas en el Vaticano.

Lo importante es que ellos considerarán los retos que hoy se presentan a la misión de la Iglesia, asuntos que se han tratado en el último Sínodo de Obispos durante el mes de octubre.

Entre esos desafíos surge la preocupación por Europa, que vive un progresivo y prolongado proceso de alejamiento de la práctica de la fe de buena parte de su población. También se consideró la necesidad del diálogo con otras religiones, especialmente el Islam; las situaciones familiares de uniones nuevas, convivencias, desuniones, y cómo acompañar desde la fe; la cultura digital y la evangelización de los jóvenes. No estuvieron ausentes los serios problemas que plantea la cuestión ambiental, como la injusticia y los pobres.

El Papa debe pensar en global (católico significa “universal”) y estar atento a los procesos originales según cada continente y cultura para que el Evangelio se haga carne en la pluralidad de lenguas y naciones. Es sin duda una gran exigencia.

Un esfuerzo no menor es lo relativo a los viajes apostólicos. Tal vez uno de los signos característicos del pontificado de Juan Pablo II ha sido la cantidad de países y regiones que ha visitado para fortalecer la fe y darle a la Iglesia la visibilidad de rostros de todos los colores, lenguas y culturas.

Otra demanda importante viene de estar presente y acompañar de cerca los Encuentros internacionales de familias, las Jornadas Mundiales de la Juventud, entre otros. Seguramente lo tendremos al nuevo Papa en Río de Janeiro en julio próximo junto a millones de jóvenes.

Estamos comenzando la Cuaresma, un tiempo de revisión de vida personal y comunitaria. Recemos para que la Iglesia sea signo e instrumento de la unidad de los hombres entre sí y de la comunión con Dios. Que nuestra mayor preocupación sea mostrar la belleza y la alegría de la fe. La serena certeza de que Dios es amor.

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

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