Una fuerza que llegó del sur
Su recuerdo lo impregna todo, y ya es difícil imaginarse qué sería de nosotros sin su imagen y sus palabras en la memoria reciente, sin esa continua apuesta a más, a un poco más siempre, en la política como en la vida.
En eso nos hemos transformado tras la muerte súbita de Néstor Kirchner, en jugadores del todo o nada, en apostadores de la continua esperanza en un mañana un poco mejor para todos los argentinos. Su recuerdo, es cierto, nos llama a imitarlo, sin perder de ser nosotros mismos en la senda de nuestros propios caminos. La radicalidad en las ideas despunta en el alba de nuevo.
Su seducción fue distinta a las más conocidas. Fue lenta, con hechos y con palabras. No fue despacio sólo por razones personales, pues Néstor siempre supo que nos debíamos convencer a nosotros mismos antes de seguirlo, y no él forzar algo que de todos modos la naturaleza de las cosas iría dando con el tiempo. De seguir sus proyectos y sus planes, sus pequeñas y grandes batallas, sus sueños y esos ideales que nunca abandonó, porque lo jóvenes y no tan jóvenes de estos tiempos necesitábamos de todo eso para justificar nuestras ganas de transformar una realidad que era demasiado pobre hasta su llegada en 2003.
Veníamos de ese diciembre de 2001 tan angustiante, tan existencialmente vacío, que pese a la lucha masiva de ese entonces no pudo esperanzarnos de nuevo. Kirchner sabía lo que tenía que hacer, y de hecho lo hizo. Interpretó a la perfección esa revuelta popular, la calculó con precisión matemática, la ejecutó con maestría y paciencia, con compromiso y audacia. Es verdad que el fuego que el Pueblo tenía para dar en todo este tiempo hizo el resto. Canalizó en sus palabras de presentación en el Congreso el plan que tenía, lo remarcó en la renovación de esa Corte Suprema vergonzosa que había humillado al país durante el menemísmo, y en la bajada del cuadro de Videla y el descabezamiento de los sectores más reaccionarios del Ejercito terminó por ilustrar el objetivo que en sus cavilaciones más alocadas había dispuesto. Entonces llamó la atención de más de un desahuciado, de más de un derrotado de las décadas pasadas. Les hizo levantar la cabeza, por curiosidad pero también por reivindicación a tanto olvido, por rectificación a tanto dolor, por la dignidad tantas veces buscada. El “NO al ALCA” fue el fin de esa primera parte, de ese primer ciclo, de un leve pantallazo a lo que vendría, cuando ya muchos se volcaban a la novedad tan buscada, tal vez a tanto tiempo perdido.
Fue en efecto un buscador incansable de los tiempos perdidos, de los del Pueblo, de los de la Memoria, de la Política, de la Cultura. Su impronta fue la reparación de tanto abandono, de tanto retroceso, de tanta negatividad en esos ámbitos de la sociedad. Tuvo la dicha de que ese mismo Pueblo al que interpelaba no le daría la espalda, y su pequeño porcentaje al arrancar como presidente en 2003 se acrecentó más y más, y su imagen ya iba esparciéndose por todos los rincones del país como el comienzo de una utopía. Y ahí nomás, a la vuelta, el mito lo esperaba para rodearlo de un aura enorme como el vacío que hoy nos deja.
Su posición firme y confrontativa crispaba a sus opositores por un lado, y llenaba de ilusiones a aquellas personas, militantes, agrupamientos que siempre supieron que si existía una forma de progresar con igualdad, equidad y justicia social, esa forma, ese modo, ese temple no sería otro que el de confrontar con los distintos poderes que presionaban sobre los diversos puntos del tejido social, aunque costara más que caro, aunque incluso llegara a costar la vida. Kirchner nos volvió a mostrar el valor enorme de la rebeldía, el inigualable precio de decirle que “no” a los que pretendieron siempre dominar la Argentina con la hipocresía y el cinismo, con la marginación y la desigualdad. Muchos, de derecha, gorilas y procesistas sólo se dieron cuenta de esta enseñanza cuando ya era tarde, cuando las Plazas de Mayo se llenaban en el conflicto con las patronales agropecuarias, cuando las avenidas del Bicentenario se poblaban de felicidad en familias completas, con muchos jóvenes llevando las banderas históricas, cuando a finales de octubre de ese 2010 a todos se nos estrujaba el alma con esa tristeza tan fuerte que sólo nos da la muerte.
Néstor Kirchner fue un político al límite, que concebía que la verdadera fuerza estaba en la unión y la militancia, en el calor de las personas unidas, en la alegría de los trabajadores dignificados y agradecidos, y no en los acuerdos superestructurales, las diatribas del poder, el egoísmo individualista. Conocía perfectamente el valor de las palabras bien puestas, bien pronunciadas, en lo que un buen discurso causaba, por eso pidió perdón en nombre del Estado por la vergüenza de haber callado los crímenes de la Dictadura, por eso se presentó como parte de una “generación diezmada”, por eso nos llamó a todos los argentinos “hijos de las Madres de Plaza de Mayo”, por eso nos volvió a hablar del “amor” en contra del odio y el rencor, por eso nos volvió a hablar de la primavera y sus flores. Siempre intuyó que las palabras se llenan de significado cuando un pueblo y una nación entera se lo quieren dar, cuando para cada uno, ese mensaje que él daba, le tocaba sus sentimientos más profundos. Por eso nos volvimos a emocionar con el himno en todo este tiempo, y lo volvimos a cantar con las ganas que en contadas ocasiones se pudo cantar. Por eso él nos habló de “futuro” y nosotros le creímos, porque era una palabra que de a poco la veíamos plasmada en la realidad, que muchas veces hasta la tocábamos. Hoy, paradójicamente, su propio nombre, Néstor Kirchner, son dos palabras que tienen un significado enorme como muy pocas lo han tenido en la historia nacional. Nos es casual que en esa cadena de nombres de gran fuerza simbólica también aparezcan los de Evita y Perón.
Mucho más quedaría por decir de Kirchner. Se fue cuando más lo necesitábamos. Sin despedirse, por supuesto y como corresponde. Se fue joven y vital, con los zapatos puestos. No conoció el sufrimiento de la agonía ni la soledad del deceso tardío. Pero con una sonrisa picara y socarrona, que era lo suyo, nos dejó con sus manos a aquella persona en la que murió en brazos. Cristina Fernández no es su heredera, era su compañera de ruta, y nada de lo que produjo Néstor Kirchner la tuvo exenta. Difícil entonces deslindar responsabilidades, logros, aciertos o errores. La política misteriosamente puede también colarse en lo más íntimo de las personas, incluso en el amor incondicional de una pareja. Sin quererlo, Cristina y Néstor nos dejan un enorme legado: re-vivir como país para cumplir nuestros sueños. Nos hacen nacer de nuevo. Ellos son y serán los padres de una nueva generación que mira el futuro con otros ojos. El pasado 23 de octubre el Pueblo mismo consolidó esa mirada, y rememoró al pasar los otros octubres que tanto nos han convocado. Con mas fuerza que nunca nos disponemos a terminar la tarea que empezara en mayo de 2003, al azar tal vez, pero no sin cierto fundamento nacional y popular.
A un año de su muerte, y con profunda emoción, recordamos a Néstor Kirchner.
Por Eduardo Medina, estudiante de Ciencias Políticas de la Facultad de Trabajo Social (UNER).