Veteranos del fútbol, pero antes veteranos de la vida
Ellos nacieron en los sesentas. Ellos vieron al hombre llegar a la luna en una tele blanco y negro, y festejaron el primer mundial frente a una a color. Ellos sufrieron el terrorismo, la dictadura, y la guerra de Malvinas. Ellos tuvieron paperas, hablaron por un teléfono público a cospeles y crecieron con el rock nacional. Ellos, desde gurises, jugaron a la pelota, algunos en un club, muchos en el barrio. Ellos, hoy, indiferentes a sus cuerpos cansados y doloridos, entran a la cancha a vivir, a gozar. Son una casta de titanes a quienes el tiempo no pudo robarles las ganas, son los veteranos del fútbol, pero antes son veteranos de la vida, pibes de sesenta o casi que juegan a la pelota.
Son guerreros montando la vida, son quijotes enfrentando los remolinos del tiempo, son sabios ejemplos de vida, y, como si fuera poco, son abuelos. Son pibes de la periferia y del centro, unos secos y otros de plata, unos calentones y otros tranquilos, muchos con panza y algunos sin, y hasta hay algunos que corren, pero todos, absolutamente todos, comparten y cultivan la misma pasión: la pelota.
De éstos hay reclamadores seriales, quejosos compulsivos y cuentapropistas que nunca ven al compañero, pero también hay de los otros: los generosos, los devolvedores de paredes, los que te la ponen donde la tienen que poner, los que gozan hasta con el gol contrario.
Algunos salen a correr, otros a caminar, algunos entrenan, otros practican, otros visitan el gimnasio (a charlar y mirar), todos empiezan la dieta este lunes, y todos comparten las mismas excusas y culpas: que la rodilla, que el abductor, que el peso, que la birra, etcétera. El que no toma magnesio le da al colágeno, y el que ni a uno ni a otro se hace cócteles de vitaminas de la A a la Z. Eso sí, todo en secreto. Sean casados o solteros, cuidan más los botines que las pilchas del laburo, y son capaces de lavar su camiseta pero no sus propios calzoncillos.
Estos muchachos, aunque han desarrollado una especial tolerancia al dolor, cada mañana, al levantarse, enfrentan al tiempo como nadie en este mundo. Éste no solo les enrostra los años desde el espejo del baño, sino que se los recuerda con dolores en los primeros pasos al levantarse, o al agacharse, o al subir o bajar del auto, o en la escalera que se les imponga. Pero ellos le responden con sonrisas, con una voluntad que no se sabe de dónde sale, y con sueños, de viejo, pero sueños al fin.
Así enfrentan al tiempo, y hasta, incluso, le sacan pecho, le ponen cara de malos, y lo prepotean. “¿Querés más?”, lo desafían, y vuelven a sonreír. Saben que de eso se trata vivir.
Estos son los veteranos en serio, esos que saben que para ser un veterano del fútbol hay que ser, primero, un veterano de la vida. Estos son los que en cada cancha dan la vida en serio, no en joda, pues saben bien que, cada tanto, en algún partido, en alguna cancha, hay uno que ya no viene más, uno que ya no está. Y quien sabe…
Por todo ésto, antes de que se enfríe el cuerpo y lleguen los calambres, todos celebramos la vida, brindamos por el fútbol, y levantamos la vista al cielo para rogarle al Barba de Diego que no nos corte las piernas, que nunca nos falten las ganas de vivir, ni, mucho menos, las ganas de jugar a la pelota.
Norman Robson para Gualeguay21