Vida y Adopción
Hace un tiempo les acerqué un testimonio de una amiga mía llamada Patricia, que fue adoptada de muy chiquita. En aquella ocasión, muchos de quienes leyeron esta columna me hicieron llegar su alegría. Eso me animó a proponer este otro testimonio. La autora y protagonista se llama Alejandra y así nos relata parte de su experiencia:
“VIDA – Adopción. Cuánto dicen estas palabras… cuánto contienen, cuánto me han dicho a lo largo de estos 35 años, donde pude experimentar de lo que es capaz el amor humano, de lo que somos capaces los hombres, todos y cada uno.
Si miro mi vida toda, puedo decir que hay un antes y un después. Pero para hablar de adopción tengo que hablar de VIDA, y es eso la base de todo.
El ‘don de la vida’… cuántas veces leemos esta frase. La decimos, aun de la nuestra propia, y si es ‘don’ es ‘regalo’ pero ¿de quién?, ¿para quién? Don de Dios puesto en nuestras manos para que colaboremos con Él, para que demos vida, para que podamos darnos a los demás.
Y tengo que dar gracias cada día cuando reconozco en mí este don maravilloso que Dios quiso dejarme. Y sí. Miro y doy gracias en primer lugar a mi madre biológica por dejarme vivir, porque aun en su juventud, tal vez plagada de miedos, de incertidumbre, de sombras, de soledades, eligió no abortar, eligió decir sí a la vida. Me dio la posibilidad de vivir, de escribir mi propia historia en la cual no puedo no nombrar a Dios mismo, a Ése que me amó desde siempre y que a lo largo de mi vida me lo fue diciendo de mil maneras. También doy gracias a mi papá biológico, aunque nunca supe de él, también fue instrumento para que hoy pueda escribir esto.
Mis padres adoptivos estaban pensados para mí. Seres especiales si los hay. Cuando los miro, los pienso —hoy papá me acompaña desde el cielo— no dejo de admirarme una y mil veces y confirmar: ¡ellos sí que aman la vida! Cuánto amor gratuito, cuánto corazón, cuánta vida en donación por esos hijos del corazón, y un amor verdadero, sin límites, que ama sin esperar, que se entrega día a día para que nosotras (mi hermana y yo) pudiéramos crecer, aprender lo que es el amor, fundado siempre en un Amor con mayúsculas.
Siempre pensé que los hijos adoptivos y los padres adoptivos deberíamos hablar más, pronunciar más lo que hemos vivido. Esos padres que aprendieron a amar la vida, vida que les es confiada en sus manos para hacer crecer como hijos propios, porque así nos sentimos, porque lo somos. Si hasta a veces nos dicen que nos parecemos…
Lo que sí sé es que mis padres adoptivos —mis padres— son esa familia que me enseñó lo que hoy soy, que me enseñó a amar y respetar la vida, a defenderla, y vivirla del mejor modo: amando. Vida que no es solo mía, porque es también de ellos y de tantos que están en mi corazón, escrita por Dios mismo de quien sin cansarme diré que escribe y ha escrito mi propia historia de salvación”. (Alejandra Benedetti Rébora)
Querido lector y lectora: Leyendo esta historia de Alejandra, me surge en el corazón el deseo urgente de dar gracias a Dios. Y coincido con Alejandra en que se habla poco en casa, en la escuela, el trabajo, los medios de comunicación social sobre ser hijo adoptivo, o papás adoptivos. Te propongo charlar con algunos amigos o vecinos acerca de la adopción. Gesto que plenifica el amor, lo reparte y lo irradia.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social