11 octubre, 2024 9:29 am
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Apasionados por la vida de punta a punta

En estos días estamos sumergidos en un debate intenso acerca de la posibilidad de la despenalización del aborto. Mucho se ha dicho y escrito, y confío en que todavía haya más tiempo para estudiar y analizar una cuestión tan delicada como la vida misma.

Reconozco que para muchas personas es difícil “guardar compostura” y dialogar serenamente. Es que no se trata de abstracciones o situaciones ajenas a las convicciones más profundas, sean religiosas, morales, biológicas, filosóficas, éticas, políticas, económicas.
Quiero referirme a una frase que en estos días he escuchado de manera reiterada: “yo con mi cuerpo hago lo que quiero”, como si el debate sobre el aborto se tratara de reclamar el derecho a decidir sobre el propio cuerpo.
Lo primero que debo decir es que nadie tiene un derecho absoluto o posesivo sobre el propio cuerpo. Puedo decidir cortarme el cabello o pintarlo, usar esmalte para las uñas o dejarlas así, desarrollar más algunas partes por medio de la gimnasia o la dieta. Pero no tenemos el derecho de mutilarnos. No tengo derecho a cortarme dos dedos del pie, total tengo diez. Tenés derecho a depilarte, pero no a cortarte un pie.
Es legítimo donar un riñón a un familiar a quien puedo salvar la vida. Pero allí hay una opción por la salud y no por el supuesto derecho a disponer del propio cuerpo.
Una mirada liberal llevada de lo económico a lo ético o biológico puede ocasionar resultados poco sostenibles.
Pero además, el embrión no es “el propio cuerpo” de la mujer. Tiene su propio ADN, distinto del ADN del papá y de la mamá, su propio grupo sanguíneo, latidos en el corazón que van a un ritmo diverso del de la mamá.
Es una nueva vida que anida en el vientre materno, pero no es un órgano suyo, como el riñón o el apéndice de la mamá.
Habrás escuchado a veces decir a alguna mujer embarazada diferenciando los efectos de la medicación: “tal remedio no lo tomo porque me hace mal al hígado”, o “tal otro no puedo porque le hace mal al bebé”.
Queda claro que no es el mismo cuerpo  de la mujer. Tiene características propias que mantendrá durante toda su vida.
Tenemos que ser conscientes de que la vida y la muerte del otro no nos pertenecen, no son “mi propiedad”. Los que se gesta en el vientre materno no es “algo”, sino “alguien” con identidad propia.
Parte del debate de este tiempo pone su mirada en las situaciones que rodean al embarazo. Cuando esto sucede en un hogar pobre se suman dificultades importantes.
Pocos controles médicos debido a las deficiencias sanitarias, alimentación insuficiente, condiciones de vida extremadamente precarias. El programa que cuida los primeros mil días desde el inicio del embarazo en la Provincia de San Juan busca dar respuesta a estos desafíos.
En algunas ocasiones con la noticia del embarazo se termina el noviazgo o el supuesto amor incondicional. Una sociedad con criterios machistas suele disculpar del debate al varón, sea que incurra en abandono, negación de la responsabilidad, abuso o violación. La mujer (joven o adolescente) es dejada sola como si el embarazo fuera su problema.
“Allí es cuando surge la pregunta humana y ética sobre qué hacer. En la forma de responder la pregunta se cae muchas veces en plantear un enfrentamiento entre dos personas en situación de vulnerabilidad. Por un lado la mujer, que no decidió ser madre, suele encontrarse en soledad y la mayoría de las veces en un contexto de pobreza; por otro lado, la vulnerabilidad de la vida humana concebida que no se puede defender. Debiéramos escuchar tanto a las madres embarazadas que sufrieron una terrible violencia sexual, como así también contemplar el derecho a la existencia de los inocentes que no pueden defenderse.
La pregunta humana y ética es: ¿hay que optar por una vida y eliminar a otra?” (Conferencia Episcopal Argentina, 23 de febrero de 2018).
En este contexto aparecen dilemas profundos: ¿cómo lo digo en casa?, ¿en quién confiar primero?, ¿me echarán de la escuela o del trabajo?
Y también surge la tensión entre el proyecto de vida imaginado y esta nueva vida que aparece sin ser buscada: ¿la carrera o mi hijo?, ¿el noviazgo o mi hijo?
Seguramente vos y yo conocemos muy de cerca personas que han nacido en condiciones muy desfavorables. Pensá en tus vecinos, compañeros de trabajo y estudio.
¿Cambiaríamos los sinsabores y contingencias sufridas, carencias de vivienda o de afecto, por la opción de no haber nacido?
En mis años de vida escuché montones de relatos desgarradores. Niños y niñas, hoy ya jóvenes adultos, a quienes no les resultó fácil nacer en contexto duros de soledad. Pero siempre agradecieron poder pelear la vida como venga. La vida da posibilidad de reparación, sanación, consuelo, de cambio…; la muerte es inexorable.
A las mujeres y los varones, que asumen el dolor de haber interrumpido la vida en gestación debemos recibirlos con espíritu abierto a escuchar su dolor, conmovernos de sus relatos y acompañar con la ternura de Dios.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

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