Besar niños de yeso o papel no alcanza
Durante el tiempo en el cual nos vinimos preparando para la celebración de la Navidad, una de las oraciones para pedir perdón en la misa utiliza binomios aparentemente distintos: “Tú que siendo grande te hiciste pequeño, que siendo rico te hiciste pobre, que siendo fuerte te hiciste débil”.

Esto no implica una degradación de Dios, una especie de ir a menos, sino la elección de un camino. Dios decide venir a nosotros como niño pobre, frágil, necesitado de ternura, aunque desborda de ella.
¿Un camino sorprendente? De algún modo sí, pero es el modo en el cual Dios quiso acercarse para que no le tengamos miedo. Quiere discípulos que le sigan atraídos por amor y no por obligación. Por ser sus amigos y no sus esclavos.
Una carta de San Juan nos lo refiere clarito: “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1 Jn 4, 16). Creemos porque primero experimentamos el amor que Dios tiene por nosotros. Tanto nos ama que nos hace su familia. La misma carta de San Juan lo expresa con asombro: “¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente”. (I Jn. 3, 1) Y es así, somos de su familia.
Y de ese amor damos testimonio. El Papa Benedicto XVI expresó en el discurso inaugural de la Asamblea de Obispos de América Latina y el Caribe que “la Iglesia crece por atracción, no por proselitismo”. Es la atracción del amor fraterno, de la belleza y la alegría de la fe. La misión no es hacer propaganda, sino compartir la alegría de reconocernos amados por Dios.
Uno de los gestos que realizamos en las celebraciones de la Noche Buena y la Navidad es besar una imagen del Niño Dios. Es un gesto sencillo que nos ayuda a expresar afecto al Salvador que viene a encontrarnos. Pero será un gesto vacío si no besamos también la presencia de Dios en los marginados, los frágiles, los enfermos, los niños pobres de carne y hueso. Resultaría como si en el día de la madre o del padre besáramos su foto y los ignoráramos a ellos.
Los cristianos corremos el riesgo de reemplazar las realidades por ideas. Como si nos resultara más cómodo vincularnos con una imagen de yeso o una foto de papel, antes que con la carne de Cristo en cada hermano.
El Concilio Vaticano II lo enseñó de manera hermosa: “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado”. (GS 22). Por eso dirá el mismo texto que “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”. (GS 22)
Esta dimensión de encarnación tiene consecuencias concretas en nuestra vida cristiana. Dios está presente en el trabajo, la familia, los amigos, la salud, el estudio…
Te comparto unos versos de un poema muy bello como consejo a quien busca encontrarse con el Niño Dios: “No lo busques en los sitios / donde la luz brilla más / y donde es más poderoso el poder de la ciudad; / deja las calles del centro, / entra en las del arrabal, / y allí donde la pobreza / linda con la oscuridad, / en la casa más humilde / al Niño Dios hallarás”. (Francisco Luis Bernárdez)
Así sucedió en la primera Noche Buena. Los Pastores eran los más postergados de aquella sociedad. Rudos, sucios, con mal olor, dormían al aire libre o en cuevas y pegados a los animales. Eran de ir poco a la ciudad y cuando iban no solían ser bien recibidos. Sin embargo, son los que dan alojamiento a José y María para que ella pueda dar a luz, cuando no hubo lugar para ellos en la posada. También son los primeros pobres que se abren a la buena noticia, y acuden presurosos a ver la señal tan sencilla que indican los ángeles: “un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre”.
La Palabra de Dios en la Noche Buena y la Navidad nos presenta también otros binomios en tensión, como polos contrapuestos: palacio-establo, ciudad-arrabal, poder-debilidad, fuerza-fragilidad, los que mandan-los que obedecen, los importantes-los humildes. Tensiones que de una u otra manera siguen presentes en el corazón de cada uno, en cada familia, en el mundo.
Dios eligió el camino de la pequeñez, la humildad… Abramos el corazón a su presencia y a nuestros hermanos. ¡Feliz Navidad!
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social