¿El miedo a la tecnología es un mito?
Una nota periodística publicada en un medio nacional desató una polémica interesante sobre qué representa en verdad la reticencia tecnológica de algunas personas. ¿Temores o desinterés?
Si todavía tenés un celular sin conexión a Internet, si no tenés idea de cómo usar el home banking y te molesta mucho seguir las instrucciones de un cajero automático, si odiás hacer trámites de la AFIP o del ANSES de forma online porque necesitás que alguien te oriente o si encendés la compu sólo porque te lo piden en el trabajo, ¿eso significa que le tenés miedo o fobia a la tecnología?
Muchas pueden ser las razones por las que todavía existen personas que no usan ciertos dispositivos, que aunque se animaron al smartphone no manejan al dedillo las aplicaciones, o que se pierden frente a una hoja de cálculo en la computadora. Aunque el avance tecnológico siempre se lo expone como un hecho avasallante, por los cambios que determinan las formas de vida de la sociedad, no siempre asustan ni enferman, sino que no captan el interés de todos por igual.
Demostración de ello fue la reacción que los lectores expusieron sobre el artículo “La alergia a la tecnología y sus causas ocultas” que se publicó el sábado en la diario La Nación. Leer la nota puede ser tan interesante como seguir los casi sesenta comentarios de las personas que esperan encontrar una respuesta científica a un interrogante difícil de satisfacer: ¿puede la tecnología generar fobias o miedos?
Según Martin Raymond, de Future Laboratory, “Cuando uno se enfrenta a un montón de cosas que no tiene el tiempo de dominar, uno no es tecnófobo”. Denominar al distanciamiento tecnológico como una alergia o una fobia (dos reacciones muy diferentes) puede ser un discurso muy arriesgado. Como dice Tomas Chamorro-Premuzic , profesor de psicología empresarial de la University College London, “La tecnofobia es raramente un caso de todo o nada”.
Algunas personas simplemente consideran que un objeto es “tecno-utilitario” y lo utilizan sólo cuando lo necesitan. Incluso, en el artículo antes citado dan cuenta de que “La gente no investiga lo que no aplica. Seguro que más del 50% de las apps que instalás no las usás habitualmente.”
Pero la reacción de los lectores fue aún más fuerte cuando la nota refiere a un jubilado que prefiere hacer fila en el banco en lugar de usar el cajero. Al respecto, un lector versa “encontrarse con sus semejantes, charlar, darse un abrazo, mirarse a los ojos, reirse, llorar… el home banking será eficiente, pero jamás tendrá ese plus que necesitan los seres humanos para considerarse humanos y no el producto de la convivencia entre hardware y software”.
También siguieron aportes de los lectores como “entre comprarme un celular de 3000 pesos y un par de zapatos del mismo precio, prefiero los zapatos!!!”, o “Hay que tener en claro que el rápido avance y cambios tecnológicos no son una necesidad para vivir mejor. Es sólo un gran negocio para los desarrolladores de esas tecnologías”, y “Los celulares se están volviendo como el cerebro: con infinidad de posibilidades, para que usemos solamente el 10%”.
Que todavía existan personas que no quieren usar un smartphone porque no quieren gastar en ello, o porque creen que no podrán usarlo de la manera correcta, no siempre representa un miedo o alguna reacción que los margine de quienes sí lo usan. En este sentido, vale citar a David Gelernter, profesor de ciencias informáticas en la Universidad de Yale, quien responde al interrogante planteado en El Financiero, aportando que también existen “ingenieros idiotas que no pueden imaginar a usuarios finales que no sean exactamente como ellos”.
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