El otro negocio de la droga
Hoy son de público conocimiento los diferentes eslabones de la cadena de la droga, hasta la intimidad del negocio que cada uno representa, pero, terminada esa cadena, hay un negocio del cual nadie habla: El de la rehabilitación.
Al fructífero negocio de la droga, el cual arroja millonarias ganancias y millones de víctimas, se le opone el negocio de la rehabilitación, el cual, como todo negocio de la salud, no faltan quienes no desprecian oportunidad de lucrar impiadosamente con la necesidad del sufriente.
Uno tan descarnado como el otro, el negocio de la rehabilitación de las adicciones, aunque de menores proporciones que el otro, es bien aprovechado por unos cuantos en un disímil universo de prestadores, quienes operan cómodamente en un sector liberado por el Estado.
La necesidad, o la demanda, hoy, es realmente enorme, gigantesca, y convenientemente inmensurable. Está la demanda marginal, que carece de cualquier recurso, la demanda institucionalizada, a través de las obras sociales, y la demanda pudiente, que puede acceder a cualquier solución sin problemas.
Del otro lado, la solución, o la oferta, hoy, es absolutamente insuficiente para cualquiera de las demandas, y muchos aprovechan eso para su beneficio en un marco de desorden y descontrol, donde un terreno, unas camas y un par de sellos alcanzan para instalar un Centro de Rehabilitación que, al día siguiente de abrir sus puertas, ya está colmado y facturando.
En este triste escenario, el Estado nacional, a través del Sedronar, gracias un sistema de becas en establecimientos especiales, trata de recibir algo de la demanda marginal, concentrando en esos establecimientos las víctimas rescatadas del delito, mientras que el resto, debe caer, indefectiblemente, en la irregular oferta privada.
Pero, en el sector privado, es tan grande la demanda que, muchas veces, es aprovechada por los regentes concentrándose en aquellos que rápidamente se adaptan al improvisado programa de tratamiento, con los que afrontan los gastos fijos, y desprendiéndose de quienes no lo logran para recibir mejores oferentes.
En estos modelos, quienes se mantienen dentro de los programas son realmente pocos, mientras que son muchos los fracasados, o frustrados, que significan una alta rotación para los programas.
Es decir, en el universo de las víctimas de la droga, son muy pocos los que logran acceder a una cama, son muchos menos los que logran conservarla hasta rehabilitarse, y son muchísimos menos los que logran evitar recaer una vez dados de alta.
De este modo, como la demanda supera ampliamente a la oferta, el sistema da luz verde al abuso, sin prestarle mayor importancia a los tratamientos, ya que, por cada fracaso, hay 20 afuera esperando entrar, y algunos con mejor obra social o pago en efectivo.
El teléfono llama.
-Centro de rehabilitación Fulano, buenos días. ¿En qué le puedo ser útil?- responden del otro lado.
-Buendía… Bueno… Mi hijo consume drogas y queremos ver la posibilidad de internarlo… Nos recomendaron ese lugar…- balbucea una mamá desbordada, tomada fuerte de la mano del papá.
-Si señora, este es el lugar adecuado. ¿Tiene obra social…?
-Si… Si… Tenemos Sultana…
-Ah, lamentablemente no operamos con esa obra social. El tratamiento tiene que ser en efectivo y por adelantado- responde fría la telefonista, y remata: ¿Le paso un presupuesto?
Sin mediar información sobre el paciente o enfermo, menos sobre la situación particular, la empleada filtró el caso según la capacidad de pago. No son pocas las familias que chocan contra esta realidad que maneja valores mensuales a partir de los 20 mil pesos y no tienen techo.
En este escenario, el universo de exclusión es escalofriantemente enorme, y todo indica que va a seguir creciendo, dejando afuera a miles y miles de adolescentes, en su gran mayoría menores, mientras el modelo perverso lucra cómodamente y nadie se atreve a intervenir.
Como se puede apreciar, la droga sigue siendo negocio más allá de la cadena narco, tanto para los prestadores de salud, como para los funcionarios que se embanderan en falsas consignas de lucha contra la droga para justificar un cargo, mientras que el sistema abandona a miles y miles de gurises a una lucha desigual contra un flagelo que los mantiene cautivos ante la impotente, o indiferente, mirada de todos.
No hay lucha contra el narcotráfico sin lucha contra el consumo, no hay orden público sin presencia del Estado, no hay solución sin inclusión. Por fuera de estas premisas, todo es cuento.
Norman Robson para Gualeguay21