Francisco sorprende, alienta, envía
Hemos visto –me atrevo a decir “compartido desde y con el corazón”– en estos días momentos de la visita del Papa a Chile y Perú. Personalmente he tenido la gracia de ser testigo cercano de varios de esos encuentros y celebraciones en Santiago de Chile, y pude seguir ampliamente por televisión otros en los cuales no podíamos trasladarnos.
Antes de seguir avanzando es conveniente especificar “qué es una Visita Apostólica”. Francisco, como sucesor del Apóstol San Pedro, tiene la misión encomendada por Jesús de confirmar y alentar en la fe a sus hermanos. (cfr Lc 22,32). Nuestro querido Papa consuela, ilumina desde la Palabra y con la Luz del Espíritu Santo.
Nos ha regalado gestos y palabras que enseñan a todos, católicos, hermanos de otros credos, agnósticos, ateos… Gestos y palabras dirigidas a todos los bautizados, o más especialmente a los consagrados y consagradas, los diáconos, los sacerdotes u obispos, los jóvenes, los excluidos… Son gestos y palabras contundentes, o como me decía un hombre en la calle, “me gusta porque habla clarito”.
Te comparto algunas frases de sus enseñanzas, que espero te sirvan de motivación para leerlas de forma completa.
Fue conmovedor escuchar sus palabras y los testimonios en la Unidad Penal de mujeres detenidas. La hermana Nelly le dijo “En Chile se encarcela la pobreza”, como en tantos países de América Latina; ¿y en Argentina? Una de las detenidas, Janeth, con valentía pidió perdón por los delitos cometidos y nos regaló un testimonio tan íntimo como desolador: “Papa amigo, aquí en la cárcel, he sido testigo de grandes dolores. He visto llorar a muchas compañeras al enterarse de que han abusado de sus hijos o que han asesinado a alguno de ellos. Y ese dolor Santo Padre, es totalmente desgarrador”. Francisco les dijo: “Ser privado de libertad no es lo mismo que estar privado de dignidad. De ahí que es necesario luchar contra todo tipo de corsé, de etiqueta que diga que no se puede cambiar, o que no vale la pena, o que todo da lo mismo. [Aquí el Papa recitó una frase del tango argentino ‘Cambalache’: ‘Dale que va que todo es igual, que allá en el horno nos vamos a encontrar’. No, no es todo lo mismo]. Queridas hermanas, ¡no! Todo no da lo mismo. Cada esfuerzo que se haga por luchar por un mañana mejor —aunque muchas veces pareciera que cae en saco roto— siempre dará fruto y se verá recompensado”.
A los consagrados y consagradas, seminaristas, novicias y novicios, diáconos, sacerdotes, obispos, reunidos en la Catedral les alentó a mirar la realidad, la Iglesia concreta, a no quedarse rumiando desolación, a servir a los pobres: “Somos, sí, llamados individualmente pero siempre a ser parte de un grupo más grande. No existe la selfie vocacional. La vocación exige que la foto te la saque otro, ¡qué le vamos a hacer! (…) Conozco el dolor que han significado los casos de abusos ocurridos a menores de edad y sigo con atención cuanto hacen para superar ese grave y doloroso mal. Dolor por el daño y sufrimiento de las víctimas y sus familias, que han visto traicionada la confianza que habían puesto en los ministros de la Iglesia. Dolor por el sufrimiento de las comunidades eclesiales, y dolor también por ustedes, hermanos, que además del desgaste por la entrega han vivido el daño que provoca la sospecha y el cuestionamiento, que en algunos o muchos pudo haber introducido la duda, el miedo y la desconfianza. Sé que a veces han sufrido insultos en el metro o caminando por la calle; que ir ‘vestido de cura’ en muchos lados se está ‘pagando caro’. Por eso los invito a que pidamos a Dios nos dé la lucidez de llamar a la realidad por su nombre, la valentía de pedir perdón y la capacidad de aprender a escuchar lo que Él nos está diciendo. (…) Nos guste o no, estamos invitados a enfrentar la realidad así como se nos presenta. La realidad personal, comunitaria y social”.
Su visita al Hogar de Cristo nos dejó muy claro el mensaje de San Alberto Hurtado, su fundador en el año 1944, y también de Francisco: recibir y no cansarnos de recibir a nuestros hermanos más frágiles y vulnerables. Allí rezó ante la tumba del santo chileno, compartió charlas y mesa con miembros de la Compañía de Jesús, con colaboradores del Hogar y con quienes allí viven en concreta recuperación de su dignidad.
La celebración eucarística en Temuco estuvo cargada de simbolismos y llamados a cuidar la unidad. En ese sentido destacó que la solidaridad es la “única arma contra la desforestación de la esperanza”. Llamó también a “estar atentos a tentaciones que contaminen de raíz el don de la unidad”: confundir unidad con uniformidad y a distinguir las armas válidas para construir la unidad; aquí no vale todo. Advirtió también sobre la violencia en dos sentidos: “acuerdos que terminan en bonitas palabras que no se cumplen”, y “a la destrucción que termina cobrándose vidas humanas”. “No se puede pedir reconocimiento aniquilando al otro. (…) Decimos: ‘no a la violencia que destruye en ninguna de sus dos formas’.”
El encuentro con los jóvenes tampoco tuvo desperdicio. Francisco logró con ellos la empatía y el diálogo que lo caracterizan. Tomó como imagen el quedarse sin batería en el celular y sin WiFi para mostrarles la importancia de estar conectados con Cristo. La contraseña para conectarse la tomó de San Alberto Hurtado: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”. Los llamó a desplegar los sueños del corazón y a ser protagonistas del cambio. Citó al grupo musical chileno La Ley en su canción “Aquí”: “Al quedarnos sin esa ‘conexión’ que le da vida a nuestros sueños, el corazón comienza a perder fuerza, a quedarse también sin batería y como dice esa canción: ‘el ruido ambiente y soledad de la ciudad nos aíslan de todo. El mundo que gira al revés pretende sumergirme en él ahogando mis ideas’.” Y ahí aparece Cristo con su propuesta que da sentido a la vida: “Porque no basta con escuchar alguna enseñanza religiosa o aprender una doctrina; lo que queremos es vivir como Jesús vivió. Por eso los jóvenes del Evangelio le preguntan: ‘Señor, ¿dónde vives?’; ¿cómo vives? Queremos vivir como Jesús, Él sí que hace vibrar el corazón”.
Por último, una reflexión acerca de cosas que escuché aquí en Chile en las horas previas a la llegada de Francisco. Comentarios tendenciosos, y hasta mentirosos y deshonestos. Pretendían mostrarnos un pueblo indiferente al Papa, que mostraba frialdad y hasta enojo por su venida. Si bien es cierto que no todos se reconocen católicos, lo que vimos en las calles, los estadios, los campos, no coincidieron con esos negros nubarrones presagiados.
Un hermano de Chile me dijo respecto de Francisco: “No somos conscientes de la trascendencia de este hombre, no valoramos lo que tenemos”. Estoy feliz de haber participado de esta experiencia espiritual y pastoral. Pido al buen Dios nos ayude a abrir el corazón a quien nos regaló como pastor.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social