La amenaza táctil
A lo largo de la historia de la humanidad, la evolución de la tecnología siempre fue bienvenida, pero el ritmo en que aparecían las novedades permitían ir incorporándolas lentamente a las costumbres, pero el ritmo actual no es tan benévolo.
Por ejemplo, la llegada de la electricidad a la rutina del hombre revolucionó su vida, pero lo hizo progresivamente, casi sin ningún trauma social. Poco a poco se fue levantando la infraestructura llevando la preciosa energía a cada rincón del planeta y, aún hoy, todavía quedan lugares a oscuras.
Pero hoy, novedades tan revolucionarias como aquella irrumpen violentamente en la vida de todos de un día para el otro, revolucionando absolutamente todo y, lo que es peor, sin darnos tiempo a incorporarlas adecuadamente.
Hoy, la vertiginosa aparición en nuestras vidas de innovaciones tecnológicas nos traen enormes beneficios, pero, al mismo tiempo, no nos dan la oportunidad de incorporarlas sin considerables impactos negativos en nuestras vidas.
Un ejemplo de esto son los modernos celulares, cuya incursión masiva en nuestras rutinas, con todo el potencial de Internet y las redes sociales, está demostrando causar un más que preocupante impacto, cuyas consecuencias pueden ser impredecibles.
La masificación del uso de estos celulares, no como teléfono, sino como dispositivo portátil de irrestricto acceso a Internet y a las redes sociales, no solo alcanza a los mayores en todos sus ámbitos, sino que se ha instalado en la vida de los niños, desde cada vez más temprana edad.
Esto se puede observar en la dinámica de nuestra vida cotidiana, en casa, en el trabajo, en la calle, en el club, y, ahora, en la escuela. Hoy todos tienen un celular, al punto de que “si no tenés celular no existís”, y su utilización no se limita a una herramienta de comunicación, sino a un sinnúmero de “aplicaciones” que nos abstraen del mundo exterior enajenándonos de la realidad.
Cada día es más común ver personas compartiendo un espacio, como la mesa de un bar, o la propia mesa familiar, o la platea de un espectáculo, cada una absorta en su celular, absolutamente indiferente a su alrededor.
Ahora bien, más allá del impacto que provocan los nuevos celulares en los adultos, o en quienes creen serlo, entre quienes no son pocos los casos en los que se ven afectadas las relaciones, las familias, los trabajos, etcétera, lo más preocupante es su inserción en la vida de nuestros niños, y las consecuencias que ya les trae y las que les puede traer, algunas de las cuales ya tomaron estado público.
Por lo tanto, resulta evidente que esta suerte de abuso en el uso de los celulares resulta en algún tipo de daño para los individuos en general y para los niños en especial, algo que los profesionales ya advierten concibiendo dimensiones de diferente tenor en los grandes pero realmente inquietantes en los más chicos.
De igual modo, sea cual sea el impacto, éste debería ser abordado, estudiado y expuesto por quienes están capacitados para ello, aunque lo que ya es indiscutible es la necesidad de que se tomen medidas en el tema, tal cual alguna vez se hizo con el cigarrillo o, más tibiamente, con la sal.
Es preciso que nuestra sociedad conciba en toda su dimensión esta problemática que nos lleva puestos, la cual, para los adultos, aparte de la alienación que nos provoca, significa una peligrosa potenciación de sus responsabilidades, full time como padres, trabajadores, amigos, familiares, sin espacio alguno para el descanso, y, para los niños, significa un peligroso divorcio de la realidad en plena etapa de formación, con las consecuencias presentes y futuras que esto implica.
Por lo tanto, es urgente y necesario que se ponga sobre la mesa la problemática y se la aborde con honestidad y seriedad, a la vez que se debe promover la estricta regulación de su uso en reparticiones públicas, empresas, clubes, y, en especial, establecimientos educativos.
En estos últimos, resulta imperioso que sus directivos estén a la altura de la problemática, tanto en su capacidad para dirigir un establecimiento como en su compromiso con la educación y sus estudiantes.
O sea, es preciso que nuestros gurises estén en manos de directivos, no solo capacitados para el cargo, sino comprometidos con el desarrollo y formación de los educandos, y no que busquen excusas para negar el problema y evitar el tema.
Frente a este escenario, es responsabilidad indelegable de la Defensoría del Menor, del Consejo Provincial del Niño, el Adolescente y la Familia, Copnaf, y del Consejo General de Educación, tomar cartas en el asunto urgente en cuanto a la protección de nuestros gurises.
En otras palabras, es indispensable para detener está mala costumbre, y peligrosa, la adopción inmediata de políticas de concientización y control sobre el uso y abuso de celulares, los cuales dejaron de ser meras y simples herramientas de comunicación para convertirse en verdaderos dispositivos de comunicación, con grandes beneficios, pero con un gran poder de alienación y enajenación con impredecibles consecuencias.
No porque todos seamos parte del problema, este deja de serlo, sino que nos demanda ser parte de la solución en tiempo y forma.
Norman Robson para Gualeguay21