Ni la madre padre, ni el padre madre
Hoy en día, la idea clásica del instinto materno exclusivo, por arriba del vínculo paterno, quedó en el pasado, ya que hoy se impone, en base a estudios y tendencias, la idea de que hombres y mujeres tienen competencias parentales similares que los hacen igualmente indispensables frente a la crianza de sus hijos. Pero, el sistema actual aún atenta contra todo esto.
Por ejemplo, hoy se sabe que, en general, padre y madre tienen el mismo deseo de sentirse conectados emocionalmente con sus hijos y, por lo tanto, tienen las mismas percepciones en cuanto a sus necesidades, aunque, claro está, cada uno cumple su rol de diferente manera.
Tan es así que estudios han determinado que, a partir de los dos meses de gestación, los bebes responden de distinta forma a la atención de la madre o la del padre. Por ejemplo, cuando la madre los atiende, relajan su ritmo cardíaco, aflojan los hombros y bajan los párpados, mientras que ante el padre aceleran su ritmo cardíaco, tensan sus hombros y sus ojos se vuelven más brillantes.
En este nuevo modelo, donde los hijos responden y reaccionan a la natural complementación de sus progenitores, los padres dejan de ser los más firmes a la hora de imponer límites y disciplinas, mientras que las madres dejan de ser las más sobreprotectoras, logrando un equilibrio entre ambos, lo cual ayuda a los gurises a consolidar su desarrollo en todos los sentidos.
De este modo, este esquema permite que los chicos puedan ser educados bajo una serie de normas y valores que ambos padres, como autoridad, deben imponer de forma conjunta, equitativa y equilibrada, sin perder de vista las características personales y las necesidades particulares de los chicos.
O sea que los gurises podrán crecer mejor, sintiéndose queridos y apoyados, dentro de un modelo justo de premios y castigos, y con reglas claras que les garantizan derechos y obligaciones.
Es por esto que, en este nuevo modelo que se impone cada vez más, la presencia temporal y física de ambos padres es tan importante, ya que si alguno de éstos está ausente, los gurises absorben el ejemplo de otras figuras de su infancia, como tías o tíos, curas, maestras o maestros, entrenadores, etcétera, con los riesgos que esto implica.
De este modo, hoy resulta indiscutible que una sana y completa formación de los gurises demanda de una relación sólida entre sus padres, independiente del vínculo de pareja que estos mantengan, donde ambos deben cumplir cada uno su rol siendo conscientes de su importancia en la estructuración psicológica de sus hijos.
Ahora bien, son indispensables para este nuevo modelo parental o familiar tanto la comunión por parte de ambos padres con lo que éste propone, como el acompañamiento del Estado a través de su Justicia Familiar.
Cabe destacar que es imposible para cualquiera de los padres llevar adelante lo que propone este modelo sin el acompañamiento del otro, sin que el otro se sume honestamente al consenso y a la autoridad conjunta frente a los gurises.
Del mismo modo, también es de destacar que, cuando el sistema desconoce esta realidad, y, en su lugar, prejuzga rápidamente a los padres en favor de las madres, y se concentra más en determinar manutenciones económicas y no la tenencia compartida, también está atentando contra la práctica de este modelo.
De una u otra manera, tanto unos como otros, al atentar contra este modelo están atentando, directamente, contra una saludable formación de los gurises, quienes se ven arbitrariamente privados de contar con los padres que merecen tener, y terminan promoviendo la desintegración familiar, pues ni la madre podrá ser nunca padre, ni el padre, madre.
En definitiva, la adopción del relato anti-patriarcado, en la pretensión de imponer un modelo feminista, ha contribuido a naturalizar al padre como “el malo” de la familia, condenándolo al estereotipo del exclusivo proveedor de semen y dinero sin derecho a los afectos, lo cual atenta, no solo contra los derechos de los padres, sino, también, contra el derecho de los gurises.
Las sociedades occidentales, claramente, van en un sentido, mientras que la nuestra, lo hace en sentido contrario, generando un costo social que no vamos a tardar mucho en comenzar a pagarlo. Solo podremos evitar esto restaurando los valores familiares, y el respeto a los derechos parentales compartidos, haciendo a un lado cualquier rencilla personal.
Norman Robson para Gualeguay21