28 abril, 2025 3:41 am
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Nos visitó una pequeña gran mujer


Inquieta, no para de hablar con ese dulzor típico de la tonada cubana. La corre el tiempo en su apostolado por restaurar los valores en el mundo. Parece mentira tanto compromiso, generosidad, experiencia y sabiduría resumida en ese menudo cuerpito.

BLANCO-NEGRO

Se trata de Hilda Molina, y quien quiera saber quien es ella que googlee su nombre, pero que sepa que no alcanzan palabras ni imágenes para describirla en todo su esplendor, a pesar de sus muchos años.
Ella es solo alguien que cree que un mundo bueno es posible, y sabe que solo será posible con gente buena, pero es alguien que hace algo para ello pueda ser así. Hilda dedica su vida, valiente y estoica, a aportar su gota de agua, tal cual decía la Madre Teresa, a esa misión.
Sí, se puede decir que es una misionera, moderna, con Facebook y fanpage, pero misionera al fin. Buena, buenísima, pero para nada ilusa. La vida no se lo permitió. Aquella isla centroamericana tan amada puede dar fe de ello. Hasta el propio Fidel podría dar fe de su entereza. Tal vez por eso la enloquece ver como un mundo que puede ser hermoso se revuelca en mezquindades, injusticias e indignidades.
Ella sabe bien que la clave para transformar ese mundo está en la política, y está convencida de que, para mejorar el mundo a través de la política, se deben restaurar los valores en la sociedad. Valores morales, éticos, espirituales. O sea, recuperar aquellos principios culturales que hoy se encuentran tan degradados, o pervertidos, o, directamente, desaparecidos.
Si sabrá Hilda de todo esto, que supo levantar un gigante de la ciencia en beneficio de su pueblo, y sufrió el rigor de las miserias humanas que la obligaron a asistir, impotente, a su perversión como negocio al servicio de pocos.
Perseverante. Insistente. No ceja en señalar su horizonte, ese que quiere que sea común a todos, donde se pongan nuevamente en valor, y bien concebidas, entidades como la familia, la libertad, el trabajo, la justicia, la solidaridad, la dignidad, y tantas otras.
Me permito imaginar su vida, cargando el peso de su desafiante misión, mirando el reloj, midiendo el tiempo, renovada y animada con cada respuesta, sea barrial o política, que la pone más cerca de su objetivo. Cada paso que es su gota de agua en el mar de su obsesión. Me permito concebirla sabiendo que ya no solo señala el camino al horizonte, sino que ya ha construido parte del mismo, y que ya crio una camada de apóstoles capaces de adoptar su compromiso y completarlo.
Insisto, parece mentira tanto compromiso, generosidad, experiencia y sabiduría resumidas en esta pequeña gran mujer, destilando historias que regala en riquísimos ejemplos, y traspirando amor por el otro, con el cual abona su faraónico proyecto.
Algo bueno debemos haber hecho para merecer tenerla entre nosotros, ojalá sepamos capitalizar sus valiosos aportes convirtiéndolos en lo que ella tanto desea: Políticas de Estado. Y, ojalá también, su paso por acá nos sirva a algunos para renovar la convicción de que, con la magia del amor, es posible un mundo mejor.
Gracias Hilda por honrarnos con tu visita, contá con nuestra gota de agua.
Norman Robson

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