7 octubre, 2024 3:03 am
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Palabras de aliento para cuando se haga de noche

Hay momentos en la vida en los que necesitamos gestos grandes de cercanía y amor que nos sostengan el ánimo y nos preparen para los momentos difíciles que puedan venir. Cuando un hijo va a rendir un examen importante la mamá se esmera en el desayuno, cuando alguien se tiene que ausentar un largo tiempo por trabajo se le hacen agasajos no comunes, antes de una cirugía complicada…

Jesús sabe que a los discípulos les va a costar mucho aceptar la Pasión. Apenas se los había anunciado, ya empezaron las discusiones y malos entendidos. No les resultará sencillo verlo sufrir, ser humillado, flagelado, despreciado y crucificado. Por eso quiere sostenerlos de manera especial a los tres más cercanos, Pedro, Santiago y Juan. Y, por qué no, también a vos y a mí.
El domingo pasado lo veíamos a Jesús en el desierto luchando con la tentación del demonio. Una dimensión de la fe que está unida al bautismo. Lo hemos visto como verdadero hombre. Hoy la Palabra nos lo presenta en su dimensión gloriosa.
La transfiguración de Jesús es también manifestación de la felicidad y la alegría desbordante, de vida nueva en plenitud.
Estos tres discípulos, los más cercanos a Jesús, también serán los que le vean angustiado en el jardín de Getsemaní sudando gotas de sangre y abatido poco antes de ser llevado preso.
A ellos se les concede contemplar esta visión rodeados de luz resplandeciente que sale del mismo Jesús.
La voz del Padre dice: “Este es mi Hijo, el amado. ¡Escúchenlo!” (Mc 9, 2-9).
 Me hace acordar a la advertencia que hacía el Papa Francisco en su mensaje de Cuaresma, en la cual nos señala acerca del riesgo de voces falsas: “¿Qué formas asumen los falsos profetas? Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad”. Es un lenguaje muy claro acerca de cosas que suceden todos los días.
Y sigue diciendo Francisco: “Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas.…”. Por eso es tan importante escuchar a Jesús, dejar que su Palabra nos guíe.
Ante las dificultades y sufrimientos de las luchas que tenemos en este tiempo de Cuaresma, miremos adelante, a la Pascua de Cristo y a nuestra propia Pascua. Nuestra Vocación es la luz, la alegría, la felicidad.
En esta vida nos toca muchas veces andar en la oscuridad, experimentar la lucha, enfrentar dificultades y la prueba del sufrimiento. Pero esto no es lo definitivo. La luz es nuestra meta. La Cuaresma nos adentra en la lucha con la tentación, pero la mirada está en la Pascua.
La lucha viene de adentro de cada uno de nosotros. Por eso debemos asumir el camino de la conversión…
La lucha también viene del mundo y sus criterios de egoísmo, vanidad y sensualidad. Debemos también crecer en paciencia y aguante…
Dios nos fortalece y re-anima. Gocemos de su presencia.
Por  monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

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