Paso El Casero: un rincón olvidado
Es un baden sobre el arroyo Nogoyá, en la frontera entre los departamentos Gualeguay y Victoria, contra los límites de la provincia, hacia los bajos del Paraná. Un paso frecuentado sólo por quienes viven allí sus historias de vida.
Estas historias son de trabajo de sol a sol, de callos y piel curtida, de unas pocas docenas de familias, de esas de a caballo o de a pié, que saben de barro, de carencias, de necesidades. Gente olvidada en un lugar olvidado. “Total son pocos”, piensan los que cortan la torta.
Y si. Es cierto, son pocos. De esos tantos pocos que supieron hacer este país grande a pulmón y sudor. De esos pocos que son bastantes cuando de votos se trata. Es que hasta allí no llega el Estado, no llega la luz, no llega la ley, no llega el gas, no llega el orden, ni la salud, ni la educación, menos algún ministerio de desarrollo social.
Ellos sobreviven con poco, y, en ese poco, el paso El Casero es mucho, y, a veces, todo. Es que de un lado está la vida, y del otro está el trabajo. De un lado Rincón, del otro el médano del Séptimo. Un lado precisa del otro como el tronco de sus raíces.
Pero cuando la naturaleza castiga el camino, o el vandalismo de pescadores intolerantes ataca el propio baden, el aislamiento es inevitable, y la indiferencia se sufre en el cuerpo, en el bolsillo, y, a veces, con la creciente, se lleva la vida. Por lo menos siete ánimas dan fe de ello.
Los pescadores, jóvenes rehenes inocentes de inescrupulosos depredadores, no dudan en romper el baden para pasar con sus pesadas canoas cuando el arroyo está bajo, y cuando está alto, el agua barre el camino hasta borrarlo del mapa, dejando solo barro y huellas.
A pesar del infernal desastre, en ningún caso a alguien le preocupa. Ni a los policías, ni a los presidentes de junta, menos a los políticos. Ya ni las víctimas se quejan, pues saben que sus reclamos caen en saco roto.
Esta es la realidad del paso El Casero, allá donde termina la nada, detrás del pajonal que hoy es un desierto de barro. Una realidad de injusta exclusión que nunca será parte de la agenda del indolente Estado.
Norman Robson para Gualeguay21