14 enero, 2025 9:21 pm
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¿Quién se robó el espíritu deportivo?

Si bien es un clásico aquello de que todo tiempo pasado fue mejor, lo cierto es que hay cosas de la modernidad presente que han robado la esencia de algunas cosas, y, entre esas tantas, alguien se robó el espíritu deportivo.

BLANCO-NEGRO

Pasa que, cuando uno era pibe, apenas medio siglo atrás, los clubes, donde residía el espíritu deportivo, eran, no solo un lugar de preparación competitiva, sino, más que nada, un espacio de contención, y, también, el complemento ideal para la formación de gurises, tanto en lo estrictamente deportivo como en cuanto a una cultura de vida, fundada ésta tanto en la competencia como en la convivencia y en la tolerancia.

Tan era así que, a la hora de competir, no solo primaban las condiciones de uno, sino, también, su conducta y actitud a lo largo de los días previos, mientras que, en la propia competencia, lo técnico era tan importante como lo conductual.

O sea, nuestros entrenadores nos formaron en las reglas del juego y, también, en las de la vida, inculcándonos valores de honor, de respeto, de compromiso, de pertenencia, de camaradería, de solidaridad, etcétera.

Creo que hoy muchos de nosotros debemos nuestra formación, en parte, al club, a sus dirigentes, a los entrenadores, y a la disciplina que elegimos en aquel momento.

Muchos somos los que hoy descubrimos que aquel rol del club, que tanto hizo por nosotros, se perdió en este medio siglo, en algún momento, a la vuelta de alguna esquina, y los valores enarbolados entonces se esfumaron sin dejar siquiera rastros de su existencia.

Una realidad que se contrapone con la sacrificada dirigencia de hoy, tan pendiente de las rifas y de los pollos asados los domingos para sobrevivir, que ha olvidado su esencia, su sentido, su rol, su misión, y ha caído en la trampa del exitismo a cualquier costo.

En la cancha se ven los pingos, decían los viejos, y en cualquier competencia hoy se ven desprolijidades, irrespetos, ausencia de compromiso, de pertenencia, de camaradería, de solidaridad, mientras sí impera el ganar como único y supremo objetivo.

O sea, a la hora de competir, sobresale, dentro y fuera de la cancha, el sentido incorrecto dado a la disciplina practicada.

Hoy, los clubes pretenden, infructuosamente, ser verdaderas fábricas de aparatos solo interesados en ganar y no en competir, en mercenarios al servicio de los resultados, todos detrás de un fantástico sueño de gloria.

Hoy dejó de importar la conducta deportiva, la cual se convirtió, junto a otros términos, en meros enunciados huecos, vacíos de cualquier contenido moral.

Hoy ya no existe la camaradería, esa clase de amistad que potenciaba la competencia, tanto entre compañeros como entre contrincantes, la cual fue inculcada en los clubes desde antes del 1900, importada al país por los curas salesianos.

Solo basta recordar al Padre Lorenzo, cura de barrio y fundador del Ciclón, ni hablar de la tarea de los apóstoles de Don Bosco a lo largo y ancho del país.

Pero hoy, aquel espíritu deportivo que lo motivaba, ha desaparecido, probablemente víctima del exitismo, mientras que la contención y la formación mutaron en la obtención de ese pibe o piba que nos salve a todos, a dirigentes y padres, sin importar cómo, ni cuándo, ni siquiera porqué.

Hoy ya no importa el hombre del mañana, sólo importa que gane, y revertir eso, no se me pinta como algo fácil.

Entonces, solo me queda preguntarme: ¿para qué el esfuerzo denodado de los dirigentes si no es para cumplir el objetivo social del club, el cual es contener y formar gurises para la competencia y para la vida?

¿Porqué no, de una, convertimos el club en empresa, como así ya lo han blanqueado muchos, y abandonamos la hipocresía de los valores?

Tal vez de ese modo, algunos se junten, como en el 1900, y se dediquen a recuperar lo otro, lo que es esencial y primordial en la formación de hombres y mujeres: el espíritu del deporte.

Norman Robson para Gualeguay21

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