Soldados de mi Patria
Fueron infaltables protagonistas de nuestra infancia, de plomo para los más viejos, de plástico para los más nuevos, pero eran los de carne y hueso los que nos transmitieron los más nobles valores humanos.
Fueron nuestros soldados, a través de sus réplicas lúdicas, los que primero nos hablaron de valentía, de arrojo, de hidalguía, de patriotismo, de camaradería, de honor, de solidaridad, solo por mencionar algunos de sus atributos como fieles custodios de nuestra Soberanía Nacional.
¿Quién no soñó con ser uno de ellos al verlos desfilar en vivo y en directo algún 9 de julio?
Ellos fueron, a través de su figura, quienes engendraron en muchos de nosotros, cuando niños, el sentido del deber, de la pertenencia, de la gloria, valores que germinaron el profundo compromiso con la Patria que aún distingue nuestras generaciones.
Tanto que a muchos nos llevó a hacer cola como voluntarios para bajar a las Islas, o para donarles abrigos, o simples barras de chocolate.
Tanto fue así que la despotricada colimba fue el inevitable ámbito donde se consumaba la formación moral de los otrora infantes devenidos ciudadanos. Era el lugar donde camadas juveniles se hacían hombres gracias al rigor de la disciplina.
Tan importante resultó ser la institucionalidad de los soldados, que, cuando en aquel 25 de mayo de 1810 los Patriotas fundaron esta Patria, no dejaron pasar los días y, en menos de una semana, fundaron nuestro ejército. Fue el 29 de mayo, apenas cuatro días después.
Pero las perversiones del tiempo llegaron y dieron por tierra las idolatrías, destruyeron los íconos, rompieron aquellos hechizos de gloria y terminaron degradando esa tan cara institución republicana.
En primer término, ser la cara visible de las sucesivas dictaduras pervirtió la figura del soldado, degradándolo del incuestionable ejemplo moral al perverso agente represor, promoviendo así desilusiones que rápidamente mutaron en profundo resentimiento, sentimiento este que se enquistó en la sociedad lográndose transmitir de generación en generación.
Más tarde, la decepción de la inesperada derrota en las Malvinas, donde la alevosa mentira de los mandos terminó defraudando a millones de argentinos, alimentó más el rencor ciudadano contra las Fuerzas Armadas.
Fue en aquel marco de revancha, con la recuperación de la democracia, que la figura otrora heroica y bizarra cayó en el rechazo popular, hasta que la desgracia del joven Carrasco, víctima del abuso, fue la deseada excusa que bastó y sobró para terminar con el Servicio Militar, la institución donde, de una u otra manera, nos gustase o no, todos nos recibíamos de gente.
A partir de entonces, el Soldado de nuestra Patria se convirtió en un ser denostado por hordas ignorantes, desprendidas de toda moral, quienes, en su profunda estupidez, creyeron que así ellos “liberaban” al pueblo.
Hoy, cada vez somos menos los que podemos entender todo esto que escribo, mientras que cada vez son más los que lo criticarán, sin tener la menor idea de lo que está en juego.
Mas no por ello puedo cejar en mi misión de contribuir a la restauración de las instituciones que forjaron nuestra Patria y privar a mi descendencia de sus beneficios.
Los soldados, los de aquí y los de allá, desde siempre, conforman las bases sobre las que descansan la paz y la seguridad de cualquier sociedad, no como fuerza de ataque, sino como fuerza de orden y defensa. Quienes así no lo entiendan atentan, liza y llanamente, contra la propia Patria.
En este Día del Ejército, va con esto mi tributo y mi granito de arena para que entendamos, de una vez por todas, que ni el Soldado, ni el Ejército como institución, pueden ser responsabilizados por las perversiones y abusos de algunos de sus mandos superiores, los cuales, motivados por fines mezquinos, no dudaron en condenar a la figura y a la entidad a la degradación.
Norman Robson para Gualeguay21