Una experiencia de espuma y carnaval
Eugenio es un vecino de Gualeguaychú unido por los afectos a Gualeguay, lo cual lo obliga a alternar, en las últimas temporadas, sus carnavales con los nuestros. Tal es su pasión carnestolenda que ha volcado su experiencia con nuestros corsos en interesantes observaciones.
Tintes competitivos aparte, como amante del carnaval, él ha sabido expresar y valorar las riquezas de esta fiesta que caracteriza los veranos de ambas comunidades, y, así nos regaló un simpático detalle sobre las bondades del nuestro.
Si bien reconoce que Entre Ríos ha tomado por asalto el carnaval que otrora ostentaba orgullosa y reinante su vecina Corrientes, tambien señala que, en la provincia, “las plumas y los tambores cosquillean nuestros corazones al ritmo carnavalero”, cada uno, “cambiando estilos y contextos pero con una misma raíz, nutriendo fuertemente la oferta turística entrerriana en los meses de verano”.
Eugenio cuenta en su experiencia que en “la Capital de la Cordialidad y Cuna de la Cultura Entrerriana” visitó el Parque Quintana y la Costanera, donde, “refugiadas bajo la sombra de grandes árboles”, ubicadas en cómodos sillones playeros, encontró a unas amigas muy locuaces, que no dudaron en contarle decenas de anécdotas de la fiesta local.
“En Gualeguay nieva”, dice que le advirtieron, y le explicaron: “Lo de la nieve te vas a dar cuenta solo esta noche, eso hay que vivirlo, no sirve contarlo”. Entre mate y mate, cuenta que le adelantaron: “No hay duda que son los corsos más divertidos del país, no hay tiempo para aburrirse, música, comparsas y espuma, son la combinación perfecta para esta noche Gualeya que no se la van a olvidar más”.
De ese modo, Eugenio aborda el tema, llega hasta la noche, y describe elocuentemente nuestro corsódromo y el marco de la fiesta, para adentrarse rápidamente en las costumbres de la noche.
“Al ingresar a nuestros lugares nos cruzamos con vendedores de espumas, packs milagrosamente apilados en carritos de supermercado, que iban y venían por los lugares de paso entre tribunas y mesas, algunos se atrevían a circular por la pasarela ante la ausencia de las comparsas que aun no comenzaban a desfilar”, cuenta.
“Con sorpresa vimos que la mayoría optaba por la oferta de comprar varias latas, pensando, desde nuestra inocencia, que reservaban poder de fuego para futuras noches, pero, cuán lejos estábamos de la realidad”, sigue.
“Ingenuamente, creímos que si en nuestro poder no había armas carnavaleras no seríamos atacados, pero ese precepto fue vapuleado a los minutos de sentarnos cómodamente a un costado de la pasarela”, reconoce, y agrega: “No nos quedó alternativa, ni bien vimos el próximo carrito recurrimos a nuestra billetera y no dudamos en obtener lo necesario para la defensa propia ante futuros ataques”.
En este contexto, Eugenio, recuerda que una de las del grupo que había encontrado en el parque se acercó a la mesa dispuesta a saludarlo. “Me preparé para ello, pero, al momento de llegar, arteramente, sacó de su cartera un tarro de espuma y nuevamente quedé como la cima del Everest”.
“Esta amiga se había recorrido muchos metros para tan solo dejarme blanco de nieve artificial, o espuma como le dicen ellos. Quizás allí fue donde empecé a ver el espíritu de la fiesta que no se fija en edades ni clases sociales, fiesta donde no hay títulos nobiliarios para la diversión o la alegría”, acepta.
La prueba de esto, relata, surgió cuando, “debajo de una abundante capa de espuma, cuando se quitó los anteojos y parecíamos estar frente a un mapache albino, me encontré con la figura del Intendente de la ciudad, uno más entre la gente con su tarro espumoso en la mano dispuesto a defenderse”.
Respecto del espectáculo en sí, Eugenio señala que tres son las comparsas que nutren a esta fiesta de brillo y color: Sí-Sí, en esta oportunidad recordando sus 40 años de historia, y mostrando su título de la comparsa entrerriana más antigua, K´Rumbay, y Samba Verá, mientras el “Gualeguay te espera”, la marca de la ciudad, se encarna en el paso de cada una de ellas, que abrazan majestuosamente con brillo, color y alegría al visitante.
En el mismo sentido, destaca que son los propios gualeyos los que nutren la fiesta, quienes lo hicieron sentir, en todo momento, como en casa. Señala que, en un momento, en cada comparsa, se hace silencio por unos instantes para que, al mando del locutor, explote el corsódromo en espuma.
“En ese momento, respetado hasta por el último espectador, los dedos se aprestan sobre el pulsador de cada recipiente níveo, las piernas preparadas para saltar o bailar y, un segundo después, el corsódromo parece explotar”, describe.
“Fue algo similar a la erupción de un volcán, y una especie de nube blanca cubrió el cielo. Miles de tarros de espuma lanzaban su contenido al cielo ocultando el mismo con un manto blanco”, cuenta.
Por último, el vecino de Gualeguaychú señala: “La piel se nos erizó desde el primer minuto, los corazones estallaron al ritmo de la música y ese momento fue toda alegría. El circuito pierde sus límites e, imaginariamente, se convierte en una gran pasarela, donde los artistas de plumas y caireles pasan a ser uno más dentro del espectáculo, junto a quienes minutos antes los observábamos”.
Al final, Eugenio destaca que “el espectáculo de los Corsos más divertidos del país, como los han bautizado, había finalizado”, y promete que “el día que un teclado pueda transmitir emociones, quizás contemos nuevamente esta historia de alegría y diversión”. Ante cualquier duda, asegura que “basta venirse y comprobarlo, no es muy difícil”.
De la extensa postal que maravillosamente pintó Eugenio sobre nuestros corsos, extraje, arbitrariamente aquello que creo más valioso para los gualeyos: la fenomenal conjura de pasión y algarabía que brota entre el público y el espectáculo en sí, donde ambos se funden potenciando las sensaciones de todos. Un gran negocio para todos los sentidos.
Norman Robson para Gualeguay21