27 marzo, 2025 2:54 pm
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Como agua en el desierto

El Domingo pasado, en Roma, el Papa Benedicto XVI presidió la misa con la cual concluyeron las sesiones del Sínodo de los obispos. Varios son los frutos que se recogen de ese trabajo. Particularmente el “Mensaje al Pueblo de Dios” y las “58 proposiciones” que se entregan al Papa.

Él irá madurando junto a una Comisión delegada a tal fin, la redacción de una Exhortación Apostólica —es un documento que nace generalmente después de la reunión de un sínodo de obispos y forma parte de lo que la Iglesia nos brinda para entender algunos temas puntuales—que nos oriente a los católicos de todo el mundo acerca de la “Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana”.

 

 

Una de las imágenes que más nos acompañaron en las reflexiones fue la sed profunda del corazón humano y la respuesta de la fe a esos anhelos de plenitud.

El Evangelio de San Juan nos relata un hermoso diálogo de Jesús con la mujer samaritana. Allí se nos muestra que es Él quién da el primer paso: “Mujer, dame de beber” (Jn 4, 7). Es el modo en que el Maestro comienza el diálogo, para terminar Él mismo ofreciendo un agua particular: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna” (Jn 4, 13-14). Muchos pasajes bíblicos nos relatan este deseo profundo que todos tenemos de encontrar a Dios. Los místicos han escrito páginas muy bellas de poemas y relatos acerca del camino que el alma realiza para ver a Dios.

En el “Mensaje al Pueblo de Dios” los obispos nos dejamos iluminar por esa misma página del Evangelio, y decíamos: “No hay hombre o mujer que en su vida, como la mujer de Samaría, no se encuentre junto a un pozo con una vasija vacía, con la esperanza de saciar el deseo más profundo del corazón, aquel que sólo puede dar significado pleno a la existencia. Hoy son muchos los pozos que se ofrecen a la sed del hombre, pero conviene hacer discernimiento para evitar aguas contaminadas. Es urgente orientar bien la búsqueda, para no caer en desilusiones que pueden ser ruinosas”. A veces nos podemos encontrar con espejismos que hacen vana e inútil la búsqueda.

Sabemos por la experiencia humana de la fe, que el encuentro con Jesucristo sana y libera el corazón. Él nos ilumina, nos consuela, camina junto a nosotros. Nos hace familia suya.

“La Iglesia es el espacio ofrecido por Cristo en la historia para poderlo encontrar, porque Él le ha entregado su Palabra, el bautismo que nos hace hijos de Dios, su Cuerpo y su Sangre, la gracia del perdón del pecado, sobre todo en el sacramento de la Reconciliación, la experiencia de una comunión que es reflejo mismo del misterio de la Santísima Trinidad y la fuerza del Espíritu que nos mueve a la caridad hacia los demás. Hemos de constituir comunidades acogedoras, en las cuales todos los marginados se encuentren como en su casa, con experiencias concretas de comunión que, con la fuerza ardiente del amor, “Mirad como se aman” (Tertulliano, Apologético, 39, 7) atraigan la mirada desencantada de la humanidad contemporánea… Es nuestra tarea hoy el hacer accesible esta experiencia de Iglesia y multiplicar, por tanto, los pozos a los cuales invitar a los hombres y mujeres sedientos y posibilitar su encuentro con Jesús, ofrecer oasis en los desiertos de la vida”. 

Nos fuimos despidiendo entre nosotros. Con algunos obispos nos seguiremos viendo cada tanto por ser vecinos o estar en tareas comunes a nivel nacional o continental. Con otros, tal vez, no volvamos a encontrarnos, Dios sabrá. Pero todos volvemos a casa con el deseo de hacer más bella la vida de la fe y acercarnos a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

En la misa de clausura el Papa nos predicaba: “Además de los métodos pastorales tradicionales, siempre válidos, la Iglesia intenta utilizar también métodos nuevos, usando asimismo nuevos lenguajes, apropiados a las diferentes culturas del mundo, proponiendo la verdad de Cristo con una actitud de diálogo y de amistad que tiene como fundamento a Dios que es Amor. En varias partes del mundo, la Iglesia ya ha emprendido dicho camino de creatividad pastoral, para acercarse a las personas alejadas y en busca del sentido de la vida, de la felicidad y, en definitiva, de Dios. Pidamos a Jesús nos acompañe en el camino de la vida para testimoniar la alegría de la fe”.

Monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

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