De claves, llaves y estrellas
Algunas películas, basadas en novelas, nos presentan a sus protagonistas buscando una clave para develar algún misterio oculto. Podemos mencionar como ejemplo a la saga de Indiana Jones, “El nombre de la rosa”, “El Código Da Vinci”, y tantas otras. La palabra clave tiene la misma raíz que “llave”. Es lo que necesitamos para abrir lo que está cerrado y tener acceso a lo que nos está vedado u oculto.
Las fiestas navideñas que hemos celebrado nos presentan también “una clave”, pero no en una novela de aventuras. Los pasajes del evangelio que hemos leído no son mitos, ni fábulas. No tienen resolución “mágica”. María, José y el Niño deben pronto huir a Egipto escapando de la persecución de Herodes. Seguirán siendo una familia pobre y trabajadora. Dios se encarna y asume el realismo del drama de la historia humana. Jesucristo es la clave para entender la historia humana y el sentido de la vida de cada uno.
Por eso la historia se dividirá como “antes” y “después” de Cristo. Jesucristo queda en el centro del tiempo y de la eternidad, es el principio y el fin.
El Niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre es el “Señor de la Historia”. La ternura, la humildad y sencillez, no deben escondernos el profundo misterio que Dios nos revela. Los magos de oriente —tradicionalmente mostrados como los “Reyes magos”— vienen a adorarlo como Dios. La epifanía (palabra griega que significa “manifestación”) que celebramos cada 6 de enero, nos muestra que Dios se revela, se manifiesta también a los pueblos paganos.
Es bueno no pasar por alto que estos tres magos que vienen de lejos lo hacen “siguiendo una estrella”. Ven un signo y se ponen en marcha. Buscan algo muy importante movidos por una intuición interior.
San Pablo nos dice que anuncia una Buena Noticia “proclamando a Jesucristo, y revelando un misterio que fue guardando en secreto desde la eternidad y que ahora se ha manifestado” (Rm 16, 25). También la carta que escribió a los Efesios nos dice que este misterio se ha revelado por medio del Espíritu Santo para llamar a todos a ser parte del Cuerpo de Cristo. (Ef. 3, 3 – 6)
Los evangelios nos cuentan que cuando Jesús fue bautizado en el río Jordán, apareció el Espíritu Santo en forma de paloma, y una voz desde el cielo dijo: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”. (Mt. 3, 17)
Jesús no viene para quitarnos nada, sino para darnos todo su amor.
Entonces, querida amiga, querido amigo, la Navidad es una fiesta de la fe que nos ayuda todo el año. Jesucristo está vivo. Él no solo está en el centro de la historia humana, quiere también colmar de sentido tu vida y todo lo que te acontece: las alegrías y las tristezas, las angustias y las esperanzas. Dejate guiar por las estrellas que pone en tu camino para conducirte a Él.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social