11 febrero, 2025 1:07 pm
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Es tiempo de entender que el orgullo de unos es de todos

Orgullo

Este sábado, hay gente que saldrá a la calle, mujeres y hombres etiquetados por otros para discriminarlos, o por si mismos para unirse y resistir. Saldrán a celebrar y compartir el orgullo de haber superado siglos de desprecios e injusticias, de haber podido “salir de sus armarios”, y de haber logrado ser ellos mismos. Personas desde siempre juzgadas y condenadas por sentir diferente y elegir una vida diferente, cuando solo debían ser respetadas. Aunque aquellas diferencias aún no están saldadas del todo por la humanidad, hoy, en el mundo, ya somos todos iguales y estamos todos en un mismo colectivo: la sociedad humana. Eso es lo que todos debemos celebrar siempre.

El próximo sábado 30, en Gualeguay desfilarán por la calle San Antonio personas que, por su sentir y decisión estrictamente personal, que nunca afectó en nada a otros, la historia condenó y la modernidad reivindicó. Planteado así, y tratándose de una sociedad civilizada, el hecho resulta ridículo, pero, por desgracia, es real. Se trata de la Marcha del Orgullo Gay.

Aunque las abuelas de nuestra generación nos hayan dicho mil veces que “cada uno hace de su culo un pito”, dejándonos claro que lo que hagan los demás de su vida no es asunto nuestro y debe ser respetado, aún hoy existen bolsones retrógrados que insisten en rechazar al otro por sus decisiones íntimas y personales. Claro, también aún hoy hay quienes lo hacen por su color de piel, por su ideología, y hasta por el modelo de gorro que usan. En síntesis, el ser humano no deja nunca de liberar sus miserias y es menester de toda la sociedad corregirlas.

Así es que, al enterarme del evento del sábado, algo disparó en mi una reflexión: Hablar hoy de “gay”, de “lesbiana”, del “colectivo lgbt”, etcétera, es imponer etiquetas y señalar minorías, lo cual, por sí solo, significa una estigmatización, una discriminación, y alimenta a los retrógrados que aún cultivan el odio “per se”, perpetuando lo que queda de aquella injusta condena, cuando es la sociedad toda la que debe luchar contra eso.

Una forma de hacerlo es conociendo, comprendiendo y aceptando la sociedad que compartimos. Caso contrario, busquemos una isla deshabitada. Conociendo las historias de vida, el dolor de quienes sufrieron el flagelo de la discriminación y la valentía de quienes lo enfrentaron; comprendiendo, con empatía, lo ridículo de rechazar a quienes sienten distinto; y aceptando que nuestros derechos terminan donde empiezan los derechos de los demás; pero más que nada, reconociendo que subsisten en la sociedad inaceptables miserias humanas que se descargan con crueldad y sin piedad sobre inocentes.

Hoy, en muchas sociedades del planeta ya se saldaron esas diferencias, y todos gozan del mismo merecido respeto, todos son aceptados e incluidos por igual. En esas partes del globo ellos desfilan, no marchan, allí celebran y comparten su orgullo, ya no son “raritos” reclamando ser “visibilizados”. En esos rincones del mundo civilizado, son solo una comunidad más de la sociedad que comparte su historia para consolidar su conquista. Ni más, ni menos.

Claro, en esos lugares entendieron que ya no es tiempo de etiquetas, y que somos todos parte de una misma mayoría. Ya no son la lesbiana, ni gay, ni bisexual, ni trans, ni ninguna de esas “etiquetas”, ni se trata de un colectivo o minoría. Solo se trata del “otro”, alguien tan digno como cualquiera, sobre quien nadie es nadie para opinar, menos para inmiscuirse.

Creo que este desfile, en esta ciudad tan “particular”, es una buena oportunidad para insistir en erradicar el odio, y también la vergüenza, pero, más que nada, también, para reivindicar el valor más importante de una humanidad civilizada: El respeto.

“Yo tengo un sueño”, dijo uno de los más importantes militantes de los derechos civiles de la historia, Martin Luther King, el 28 de agosto de 1963, y se refería a un sueño de libertad, de igualdad, de convivencia, de tolerancia, de esperanza, de respeto. Comparto aquel sueño, convencido de que sintetiza el desafío presente de la sociedad globalizada: vivir juntos y en paz.

Norman Robson para Gualeguay21

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