15 mayo, 2025 11:00 pm
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La crisis política gualeya: de lo que es a lo que debe ser

 

En Gualeguay, los partidos políticos, como tales, están pintados, y sus dirigentes dedicados a conservar el mucho o poco poder que creen que tienen, a la vez que la militancia está dividida entre los que tienen un cargo y están desesperados por conservarlo, y los que no lo tienen y están desesperados por tenerlo. Por último, el gobierno hace la plancha con la triste excusa de la transición. Mientras tanto, la ciudad flota a la deriva sin un destino cierto, cada vez más cerca de caer en el olvido que de ponerse en marcha con un rumbo cierto. Sin una renovación política en todos los sectores, el destino de Gualeguay es reservado.

Entre la dirigencia política local puede haber de todo: buenos y malos, bien y mal intencionados, miserias y grandezas, pero, lo que definitivamente no hay, en todo el espectro, y hace mucha falta, es formación política, saber qué hacer y saber hacerlo, y compromiso, estar dispuesto a hacerlo. Tan es así que la clase política gualeya desconoce absolutamente cuál es su rol, a la vez que no se le observa un profundo interés por los destinos de su gente. Entre lo que debe ser y lo que tristemente es, en Gualeguay, hay un abismo.

Por ejemplo, los partidos deben estar activos en la construcción política. Para eso fueron creados, para convocar gente detrás de su concepto de sociedad ideal. Con dirigentes nutriendo con ideas ese concepto, ideas que se conviertan en proyectos de mejora para esa sociedad, que resuelvan los problemas y alienten el progreso. Dirigentes que lideren a su militancia detrás de esos proyectos, bajándolos al territorio. Eso es construcción política y ese es el rol protagónico que deben tener los partidos, sus dirigentes, y sus militantes.

Pero, para eso, los dirigentes tienen que estar preparados y unidos por un compromiso real y tangible con la sociedad. Deben saber qué deben hacer cuando están en el partido, y tienen que saber qué deben hacer cuando están en el gobierno. Deben saber que la política se construye desde el partido con proyectos, y deben saber que, una vez en el gobierno, deben ejecutar esos proyectos. Eso no se reemplaza con dádivas asistencialistas.

A pesar de eso, Gualeguay, a lo largo de las décadas, se ha alejado de esa práctica política y ha caído en la mediocridad. Los partidos se han degradado, con sedes que se usan para fiestas, o se adaptan como vivienda de sus autoridades, o bien ni siquiera existen. Las casas partidarias permanecen cerradas o vacías la mayor parte del tiempo, ya que sus dirigentes se hacen presentes solo para alguna reunión semanal, y los militantes para algún acto. Claro, en su mayoría, dirigentes y militantes ven cumplido su “contribución política” trabajando en el Estado, sea municipal, provincial o nacional, y allí buscan perpetuarse, o aprovechar la oportunidad lo más posible.

En este escenario, resulta muy difícil encontrar en el sector político propuestas que respondan a una labor política motivada por un compromiso real con la sociedad, sino que sólo se observan poses adoptadas para la ocasión y se lanzan críticas al aire más vinculadas al discurso externo que a la realidad del territorio local. Todo es para las cámaras y los flashes, y allí se agota la política. Nada busca soluciones sustentables a los mil problemas de la realidad. Tal es así que cuando esta realidad exige planificación, ellos apenas pueden darle improvisación, y pésima, por falta de interés.

A esta sinfonía de mediocridades se acomoda el gobierno, sin desentonar en lo más mínimo. Sin proyecto alguno, buscan sobrevivir al desafío mirando al costado y poniendo su mejor cara de nada. Como el de Catamarca, el paisaje de la gestión es “una fotito aquí, otra más allá, y una sanata larga que baja y se pierde”. Un cóctel de hibridez ideológica e ignorancia política, bien batido con indiferencia social. Sin un norte en ningún aspecto, transitan su mandato concentrados en eludir costos y riesgos que puedan tenerlos, de modo de poder seguir después del 2023. “¿Para qué?”, preguntan muchos, “para seguir la plancha hasta el 2027”, responden algunos, mientras Gualeguay se sume cada vez más en la postergación.

Ahora bien, la sociedad debería ser rescatada de esta situación por aquel Honorable Concejo Deliberante, ese que años atrás, por ordenanza, le sacaron el honor. Un club de becados políticos, a santo de alguna contribución, que en nada contribuye a gobernar, menos a marcarle una agenda a la gestión. Solo cobran. Prueba de ello es la contribución que le han hecho los sucesivos concejos al Digesto en las últimas décadas.

De este modo, la casta política local, hasta ahora, y desde hace mucho tiempo, solo nos hacían perder nuestro tiempo, pero, de ahora en más, en este escenario que enfrentamos, comienzan a dilapidar nuestro futuro, llevándonos a una situación de muy difícil retorno. Esta nueva realidad exige, como nunca, una clase política madura que acompañe un gobierno activo y efectivo, jugado con los intereses de su gente, pero por estos pagos estamos muy lejos de eso. Este futuro que enfrentamos exige cosas que, definitivamente, no tenemos.

En casos como estos, el último recurso, la última carta, la tiene la sociedad civil, en sus instituciones, pero, en nuestro caso, algunas de éstas están solo preocupadas y ocupadas en sus intereses sectoriales, mientras, muchas, están tan pintadas como los partidos políticos, con dirigentes solo presentes para alguna foto.

Sin lugar a dudas, y más allá de lo antipático del cuadro, la situación gualeya es más que complicada, no por el grado de postergación de la ciudad, ni por la baja calidad política, sino, más que nada, por la ausencia, a la vista, de cuadros que puedan, y les interese, revertir esta situación.

Norman Robson para Gualeguay21