26 julio, 2024 8:25 pm
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La génesis de la violencia infantojuvenil: aspectos a tener en cuenta a la hora de reclamar soluciones concretas

Frente a un asesinato, los allegados a las víctimas, en su afán de calmar su dolor y saciar su indignación, reclaman justicia, exigiendo penas más duras para los asesinos, pero olvidan, o desconocen, que eso no soluciona el problema, ni les devuelve las pérdidas. Para poder exigir soluciones concretas que resuelvan la crisis actual de violencia infantojuvenil, la cual atenta contra nuestro derecho a vivir seguros, es preciso comprender el origen del problema en toda su dimensión. El hogar vulnerable, la ausencia de orden en general, y en particular en la periferia, el negocio de la droga, y el sistema penal confabulan para que toda esta violencia se potencie día a día.

A los efectos de este análisis, las estadísticas nos muestran que los hechos de violencia son mucho más frecuentes en ámbitos públicos y en la periferia, a la vez que crece desmedidamente la participación de los menores. Estos menores, durante su minoridad, y gracias a su inimputabilidad, acumulan una gran experiencia delictiva, con una concepción de la vida muy diferente a la del resto de los menores.

Todo comienza en el hogar, como dicen muchos, pero eso no basta para culpar a nadie, ni para solucionar nada. El caldo de cultivo para este problema está en los hogares de bajos recursos, de poca presencia parental, y mucho hacinamiento, al cual no llegan ni acción social, ni la escuela, ni el club, y que, mayoritariamente, expulsa a sus hijos a la calle, a la esquina. Allí los esperan de brazos abiertos las cadenas del delito, las que los inician en el alcohol y en la droga y, una vez adquirida la adicción, los alistan en el delito, pues solo así pueden satisfacer el vicio.

En esas esquinas, absolutamente liberadas por las fuerzas de seguridad, se engendran todas las variantes de delitos, y, más que nada, se gesta la cultura de la violencia, exitada por el consumismo, y alentada por una política de derechos sin obligaciones, todo potenciado por la idea de que lo malo es mejor que lo bueno. Allí es donde desaparece de las criaturas el valor de la vida, propia o ajena, donde se esfuma cualquier expectativa de futuro, donde lo material reemplaza todo lo emocional, y donde los niños, otrora depositarios del futuro, se vuelven entes insensibles e inestables. Todo esto crece y se multiplica frente a los ojos impotentes de los vecinos de bien, y frente a los ojos indiferentes del Estado.

Así llegan las bandas infantojuveniles al delito, y penas más duras no detendrán a la horda que viene detrás de ellos. Son muchos. Son cada vez más, y, lo que no se llega a ver es que están dejando a la sociedad sin futuro. El problema es que nuestro sistema no castiga, ni nos protege, ni, mucho menos, recupera a los delincuentes y asesinos, sino que, muy por el contrario, facilita y promueve la injusticia, la indefención, y el abandono, mientras que las cárceles, aunque escasas, solo sirven para potenciar o perfeccionar la delincuencia. Como si esto fuera poco, ese sistema de aislamiento está colapsado, lo cual obliga, por un lado, a la Justicia a buscar alternativas a la reclusión, y, por el otro, al sistema penal a flexibilizar las condenas y, así, hacer lugar para nuevos reclusos.

En definitiva, la situación está totalmente desmadrada, sin ningún control, y costando vidas inocentes, mientras el Estado sigue indiferente, sin cumplir con ninguno de sus roles y responsabilidades. Tan es así que prefiere devolver los menores a los ámbitos que los arruinaron en lugar de hacerse cargo de rehabilitarlos.

Tanta es la desidia que las cárceles se han convertido en pasivos depósitos de vidas sin sentido, cuando deberían ser para protegernos de los delincuentes, así como también para castigarlos y recuperarlos. El sistema debería prever aislamiento inmediato con castigos aleccionadores, y por el tiempo necesario para rehabilitarlos, y que, al liberarlos, no representen un peligro para la sociedad. Tengan la edad que tengan.

Es por todo esto que en la Justicia no se encuentra la solución, allí solo encontraremos un desahogo para nuestra bronca. Nada más. Es necesario, y urgente replantearnos el sistema, y exigir todos los ajustes necesarios.

Algunas soluciones

1. Que el asistencialismo llegue a los hogares con una asistencia social que apunte a dar soluciones reales y concretas a las diversas problemáticas, y no con asistencialismo a cambio de votos.

2. Que las fuerzas de seguridad se hagan presente en el territorio de forma regular y preventiva, haciendo cumplir leyes y ordenanzas, dando respuesta a los vecinos de bien, y neutralizando la gestación de la delincuencia infantojuvenil.

3. Que el Estado enfrente el consumo de drogas, incluido el alcohol, y deje de luchar contra el narcotráfico, pues la oferta nunca desaparecerá mientras haya consumo.

4. Que las penas sean de encierro efectivo e inmediato, tanto para protegernos como para castigarlos y rehabilitarlos, sin distinción de edad.

5. Que el sistema de internación sea especializado por edades y problemáticas, garantizando la rehabilitación integral de los internados. 

Sin lugar a dudas, con una acción social que alcance a los hogares y sus familias, y con una presencia intensa y activa de las fuerzas de seguridad en los ámbitos públicos, ejerciendo controles e interviniendo rápidamente ante potenciales delitos o contravenciones, se reduciría sustancialmente la comisión de delitos, mientras que muchos menores delincuentes podrían ser rehabilitados y reinsertados en la sociedad, en lugar de asegurarles un futuro delictivo de mayor escala, con una muerte precoz incluida.

En definitiva, solo habría menos muertes violentas con políticas sociales, de seguridad y penales integrales, activas y efectivas, conceptos políticos que no existen en esta provincia, ni existen en la cabeza o el corazón de sus políticos, menos en sus funcionarios.

Norman Robson para Gualeguay21

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