La historia de un bombero hijo de Gualeguay
Emiliano Marcelo Paredes es bombero voluntario de Ceibas. Nació el 28 de abril de 1972 en Gualeguay. Hijo de un peón de campo y de una maestra rural, es el menor de diez hermanos. Su vocación como servidor público le viene de cuna, al ver el ejemplo de sus padres que siempre estaban dispuestos para el semejante.
“Nuestra vocación es asistir de la mejor manera posible”
Marcelo Paredes dialogó ayer con El Argentino, diario de Gualeguaychú, luego de atender unos focos de incendio en un campo y repasó sus inicios como Bombero Voluntario, la proeza de haber fundado un Cuartel en Ceibas que hoy es considerado como esencial en materia de accidentología por el alto tránsito que circula por la ruta nacional 14 y 12.
Sus inicios siguiendo los pasos de sus hermanos mayores en el Cuartel de Bomberos de Gualeguay, la necesidad de contar con un Cuartel en Ceibas y las experiencias tristes y felices en la asistencia pública forman parte de un relato que reivindica al género humano.
“Nuestra vocación es asistir de la mejor manera posible”, sostiene como una definición de vida y advierte que la prudencia es una virtud que nunca hay que dejar de ejercer.
-¿De dónde le nace la vocación por ser Bombero Voluntario?
-Mi padre siempre fu un trabajador rural y mi madre fue maestra de campo. Así que ella fue también mi maestra en la escuela primaria, lo mismo que la mayoría de mis hermanos. Hago esta introducción porque fue esa escuela de nuestros padres quienes nos inculcaron siempre la vocación por el prójimo y ahí se consolidó mi vocación como servidor público. Esa escuela funcionaba en nuestra propia casa. Mis padres decidieron destinar el comedor como aula. Ahí funcionaba la Escuela N° 51 “El viejo Pancho”, en honor a Francisco Ramírez, en el octavo distrito de Gualeguay. Años más tarde mis padres donaron el predio para que la escuela fuera independiente de la vivienda familiar. Mis dos hermanos mayores, Raúl y José, ingresaron en 1985 como bombero voluntario en Gualeguay y yo seguí tras sus pasos. El 18 de febrero de 1986 ingresé como cadete en ese cuartel y tenía trece años. Ahí me quedé hasta 1993 y llegué hasta el grado de cabo.
-¿Luego cómo siguió?
-Por cuestiones de trabajo y siguiendo los consejos de mis padres, busqué siempre capacitarme y así hice el curso de auxiliar de Enfermería. Esa decisión la tomé luego de asistir a un accidente vial que ocurrió en febrero de 1993 a unos cuarenta kilómetros de Gualeguay. Los bomberos llegamos primero al lugar del hecho, pero no sabíamos muy bien cómo proceder ante las víctimas. Por ese accidente fallecieron cinco personas y otras tres estaban muy graves. Así decidí que podía capacitarme como auxiliar en Enfermería e hice el cursos en la Cruz Roja de Gualeguay.
-¿Y qué pasó de 1993 en adelante?
-En febrero de 1994 tuve la suerte de ingresar al Hospital de Ceibas y me trasladé a esa localidad y como empleado de la Concesionaria Caminos del Río Uruguay, que atendía toda la ruta nacional 14 que en esos años se la conocía como la “Ruta de la muerte”.
-En Ceibas no había cuartel de Bomberos Voluntarios…
-No. Por eso comienzo de a poco a interesar a varios vecinos de esa comunidad para formar uno. Y en 1996 comenzamos a darle forma con los chicos de una Escuela de Fútbol y algunos compañeros del Hospital. Y el 21 de octubre de ese año concretamos la primera Comisión Directiva.
-¿Ya tenían Cuartel?
-No, nada que ver. Ni siquiera teníamos uniformes. Viajaba a dedo ida y vuelta a Paraná para llevar adelante los trámites ante Personería Jurídica, pero siempre nos falta un centavo para el peso por esas cuestiones de la burocracia y los formalismos. Y sin personería jurídica no podíamos avanzar. Sin embargo, comenzamos a capacitarnos por nuestra cuenta y contábamos con el apoyo de Gualeguay, Zárate y Gualeguaychú. Incluso en esos años, los cuarteles de Gualeguay y Gualeguaychú veían claramente la necesidad de contar con un cuartel en Ceibas, por ser un lugar estratégico en cuanto a las distancias y estaban diseñando armar un destacamento. Y a raíz de la gran accidentología que se vivía, fue cobrando fuerza la idea de un cuartel.
-¿Y cómo lograron destrabar los trámites en Personería Jurídica?
-En la isla Talavera hubo un gran accidente en 1997 con un saldo de once muertos. Recuerdo que ante ese hecho me comuniqué con las autoridades de Personería Jurídica y le planteé la necesidad de apurar los trámites, porque no pudimos asistir a las víctimas. A los quince días nos dieron la Personería Jurídica y el 27 de julio de 1997 comenzamos a funcionar de manera oficial. Para eso, compramos el primer equipo que fue un expansor ligero hidráulico usado en Buenos Aires, porque la principal necesidad eran asistir a los accidentes y no tanto los incendios. Ese equipo costaba seis mil pesos, y la Concesionaria Vial daba 600 pesos a cada Cuartel. Por eso solicitamos a nuestros socios que adelantaran diez meses las cuotas y así pudimos adquirir ese equipo que era esencial para atender los accidentes y poder rescatar a las personas que quedaban atrapadas en sus vehículos. Y Gualeguay nos prestó un Jeep y una autobomba modelo 1938 para atender los incendios en el radio urbano. La Junta de Gobierno nos prestó una casilla que pertenecía a una empresa de telecomunicaciones y comenzamos a funcionar casi a la intemperie. Actualmente el Cuartel está ubicado en la bajada de Ceibas, a cincuenta metros de la ruta y es un predio propio que fue donado por el Consejo General de Educación. Construimos el cuartel con un tinglado que había quedado del corralón de cuando se construyó la autopista y así fuimos dándole forma.
-¿Se quedó pensando?
-En eso años tuvimos la suerte de poder capacitarnos en muchos lugares como el Hospital Centenario. Veníamos casi siempre a dedo a aprender y contamos siempre con la excelente predisposición de Sergio Sack que es un experto en materia de accidente y que para nosotros será siempre un gran maestro y una mejor persona. Esa capacitación sumada a la propia experiencia de asistir en los accidentes nos dio un conocimiento que nos ha destacado como Cuartel.
-Contó con apoyo…
-Y los apoyos son relativos, van y vienen. En 1999, por ejemplo, cuando logramos darle forma al Cuartel, los políticos creyeron que tenía otras intenciones y me dejaron sin trabajo tanto en el Hospital como en la Concesionaria. Fueron años duros. Desocupado como estaba comencé a terminar la secundaria de adulto en Médanos, a donde me trasladaba también a dedo. Y más tarde hice la carrera de Enfermería en la Universidad Nacional de Entre Ríos (Uner) y me recibí en 2005 y siempre capacitándome en accidentología. Actualmente trabajo en Caminos del Río Uruguay.
-¿Qué es lo más conmocionan en la actuación como bombero?
-Toda situación conmociona, porque la gente suele perder lo poco o mucho que tiene. Pero si tuviera que señalar una que es imposible de superar es cuando en un accidente hay niños fallecidos. Quiero que se entienda bien: siempre la pérdida de la vida conmociona, se tenga la edad que se tenga… pero con el caso de los niños tiene un dolor diferente que cuesta explicar… y golpea mucho. Nos ha ocurrido muchas veces tener que levantar cuerpitos destruidos por los accidentes. Hoy ya no tenemos la llamada Ruta de la Muerte porque hay una autovía, pero aún así la imprudencia está a la orden del día y la gente pareciera no comprender el valor de la prudencia o la responsabilidad de trasladar personas en un vehículo.
-La tecnología no salva…
-No. Uno puede sentirse más seguro con el airbarg o los frenos ABS; pero al momento de impactar a más de cien kilómetros de velocidad, los daños son tremendos. La tecnología ayudará, pero no salva. Una persona de noventa kilos que choca a cien kilómetros por hora, es lo mismo que intentar frenar en ese habitáculo a un cuerpo de casi 900 kilos. Es casi imposible contener a esa persona. Por eso también salen despedidos cuando no llevan el cinturón de seguridad.
-¿Cuál es la estructura del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Ceibas?
-En la parte de infraestructura tenemos un cuartel de 10 por 30 metros con una oficina de Guardia de 5 por 5, un comedor y una sala de reunión y dormitorios y vestuario. Tenemos 35 voluntarios y este año contamos con la Escuela de Cadetes mixta, donde egresarán 25 Bomberos. Nuestro cuartel lleva el nombre del cabo primero Juan José Rolón, que fue un bombero que lamentablemente falleció en un accidente laboral y fue uno de los fundadores del Cuartel.
-La mayoría de los hechos son dolorosos. ¿Se acuerda de alguno que haya sido feliz?
-Hay muchos casos puntuales. Hace como dos años volcó un camión en el kilómetro 6 de la ruta nacional 14 y quedó sobre el agua con el conductor quedó atrapado en la cabina. El conductor era un joven que quedó inmerso en el agua, que le llegaba al cuello y era su única posibilidad para respirar. Trabajamos muchas horas para rescatarlo e incluso la doctora Alejandra Shur se metió al agua junto con nosotros y le dio asistencia mientras intentábamos liberarlo de la cabina. No podíamos expandir la cabina porque tenía la pierna atrapada entre los hierros y la doctora le suministró suero tibio para evitar la hipotermia. Finalmente lo rescatamos y afortunadamente tenía una fractura en uno de sus miembros inferiores. Otro accidente fue en el kilómetro 31 de la ruta 14 y esa vez trabajamos juntos con los Bomberos de Gualeguaychú. En esa oportunidad había impactado un camión con otro que transportaba cereales. Fue un choque grande porque entre la cabina del conductor y el acoplado solamente había quedado poco menos de treinta centímetros de separación. El conductor del camión era oriundo de Basavilbaso y pudimos rescatarlo a pesar de que presentaba múltiples fracturas.
-Las víctimas de accidentes que son rescatadas con vida y que de alguna forma vuelven a nacer, se acercan luego al Cuartel de Bomberos para agradecer.
-En verdad son los menos y esto lo digo sin reproche, porque nuestra vocación es asistir de la mejor manera posible y eso es lo que nos importa: hacer bien nuestra tarea. Después cada uno es dueño de su conciencia. Pero también hay otros que se comunican y agradecen, aunque son los menos.
-Se volvió a quedar en silencio…
-Me estaba acordando de mis viejos. Ellos siempre nos inculcaron la necesidad de estar atento a las necesidades del otro. Y así como primero dispusieron del comedor de la casa para que funcione la escuela con treinta alumnos de campo, más tarde donaron dos hectáreas para levantar las paredes de esa institución escolar. Y mi madre, ya jubilada, se caminaba tres kilómetros para dar catequesis o andaba varias leguas para asistir a algún vecino. Esos ejemplos cotidianos nos fueron formando en espíritu y fue una escuela de vida que nos preparó para afrontar con responsabilidad la vida adulta. Por eso sostengo que la prudencia es una virtud que nunca hay que dejar de ejercer, dado que va de la mano de la responsabilidad y forma parte del valor que le damos a la vida.
Nahuel Maciel para El Argentino