4 octubre, 2024 7:15 pm
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La Selva de Montiel: Lo que queda y lo que desapareció de aquel tesoro natural

Si bien la Selva de Montiel, y sus riquezas, se conocen desde los siglos XVIII y XIX, eso no evitó que hoy, más de dos siglos después, ésta esté circunscripta a su mínima expresión, y nada alienta esperanzas de que no siga encogiéndose. Una recorrida de la zona guiada por un nativo apasionado de su querencia, que investigó en profundidad esa región, permite apreciar los peligros que acechan a lo que queda de aquel tesoro de la naturaleza, donde se refugia lo poco que queda de aquella amplia y valiosa biodiversidad entrerriana.

“El terreno se dilata por el norte con los cerrados Montes de Montiel, dirección de Corrientes”, le escribió Don Tomás de Rocamora al Virrey Vértiz, allá por 1782. El fundador de ciudades ya había escuchado, por entonces, sobre aquella imponente región abundante en fauna y flora.

“Los árboles son de escasa altura, retorcidos y achaparrados: ñandubay, algarrobos, espinillos blancos y negros, quebrachos y guayabos. Los más abundantes y útiles son el ñandubay y el algarrobo”, escribió el escoces William Mac Cann hacia fines de 1847, mientras recorría la provincia a caballo. 

“La mitad de la Provincia de Entre Ríos está cubierta de bosque de ñandubay, pues el famoso monte de Montiel, que es de ésta madera, la cruza de un extremo a otro, internándose en Corrientes hasta la terminacion del territorio argentino”, escribió Jose Hernández, en su Instrucción del Estanciero, en 1882.

Como podemos apreciar, la existencia de este paraíso de diversidad es conocida desde hace mucho, pero una merecida valoración de la misma no llega hasta fines del siglo XX, de las manos de unos pocos. Lamentablemente, aún hoy, la Selva de Montiel es desconocida para la mayoría de los entrerrianos. Tan es así que, al recorrerla en persona, cualquiera queda boquiabierto ante tanta ostentación de la naturaleza. Esto se encuentra al norte y al este de la ciudad de Federal.

Al norte, hasta más allá del Arroyo del Puerto, entrando en el departamento Feliciano, en unas 70 mil hectáreas todavía conviven la ganadería y el monte, y se encuentran resabios de la colonia, pero es allí donde no se ven indicios de que se esté haciendo algo para resguardarlo. Si bien la biodiversidad sobrevive aún allí, hay claros signos de un proceso de olvido y extinción.

Hacia el Este, hasta más allá del río Gualeguay, entrando en el departamento en el departamento Concordia, y hacia arriba, en el departamento Federación, se extiende lo que dejó el hombre de la otrora Selva de Montiel. Extensiones de tierras abiertas, mayoritariamente dedicadas a la ganadería pero con importantes superficies dedicadas a la agricultura tradicional y al arroz.

En toda esta zona, más allá de su biodiversidad, hay mucha historia. Por ejemplo, vale rescatar que en la Selva no todo era leña y ganado, sino que también fue elegida como refugio o guarida por gauchos rebeldes, desertores y forajidos, como el gaucho Bracamonte, un desertor que pensaba distinto y, sabiéndose perseguido, construyó su casa arriba de un árbol, de espaldas a la laguna que hoy lleva su nombre. O como el asaltante de estancias, Manuel Librao, o como el Penco García, o como el gaucho Zárate. Todos personajes que enriquecen la historia áspera de la zona.

Para reconocer todo esto es imprescindible la compañía de alguien que sepa. Ariel Rodríguez nació en 1968 en Colonia Federal, en el corazón de estas tierras, y desde entonces, forjó su espíritu montielero entre su querencia y la ciudad de Federal. Hoy, éste hombre es un apasionado investigador del Espinal, como se llama esta región, lo cual vuelca en sus libros: “Raíces Montieleras”, donde, a través de relatos, rescata el patrimonio cultural y natural de ese distrito donde aún vive la Selva de Montiel, y “Huellas Montieleras”, donde rescata los seis distritos del departamento Federal. Él es quien la muestra con lujos y detalles.

Lo que queda

Se trata del Espinal, unas 70 mil hectáreas donde todavía conviven la ganadería y el monte, donde todavía se encuentran resabios de la colonia, pero, también, donde no se ven indicios de que se esté haciendo algo para resguardarlo. Hablan desde hace mucho de una Reserva Natural o Parque Nacional, pero eso no ha pasado de la foto y el titular.

Entre los extensos latifundios, los caminos permiten apreciar eso que va quedando: Palmas carotay, algarrobos negros y blancos, quebrachos blancos, ñandubays, espinillos, garabatos, uñas de gato, y, entre estos, virachos, carpinchos, ñandúes, iguanas, gatomonteses, zorros, ciervos, chanchos. Por arriba de todo esto, se habla de unas 250 especies de aves.

Por estos caminos, se llega a parajes como El Gato, Loma Limpia, Barragán y Cimarrón, en los distritos Francisco Ramírez, Banderas y Diego López, y se cruzan los arroyos que vuelcan al Arroyo del Puerto, como parte de la cuenca del Feliciano, afluente del Paraná, en el departamento La Paz.

Es de destacar en esta recorrida la presencia de estancias coloniales, como la Estancia de Fierro, cuyo casco, construido en fierro, fue importado de la Feria Internacional de la Ciencia, realizada en París en 1889. 

Como contracara de ésto, llama la atención la ausencia del Estado como autoridad. Esto se aprecia tanto en la ausencia de controles, como en la presencia de palmeras incendiadas y desmontes. Por ejemplo, las palmeras que se observan son añosas, y no se observan retoños, ya que se los estaría comiendo la hacienda.

Lo que desapareció

Por otro lado, hacia el lado de Chajarí, se encuentra la cuenca del río Gualeguay, la cual se extiende hasta el departamento Villaguay. En la parte norte de esta cuenca, compartida con los departamentos Federación y Concordia, se puede apreciar lo que dejó el hombre de la Selva de Montiel. 

Esta zona es atravesada por los caminos que, en tiempos de la colonia, comunicaban Federal con su cabecera hasta 1972, Concordia. Tal es así que suele verse, a la par de los distintos puentes, las ruinas de los originales, por los cuales transitaban carros, chasquis y diligencias. Se trata de cruces sobre los arroyos Gualeguay, Robledo, Cañada Bermúdez, Chañar, Compás, Sauce, Ortiz y Del Medio.

Por tratarse de una zona más húmeda, la fauna y la flora es más abierta, lo que facilitó la deforestación en favor de la producción agropecuaria. Igualmente, entre extensos pajonales y tajamares, salpicados de sarandíes, guaraninás y virarós, conviven carpinchos, yacarés, nutrias y lobitos de río; garzas, patos, gallaretas y poyonas; mientras que en el río abundan tarariras, bogas, sábalos, y bagres de todo tipo.

En las partes altas de esta región, ahora apta y propicia para el sembrado de granos y pasturas, las extensiones productivas reemplazaron al monte nativo, no solo con sembrados, sino, también, con lagunas artificiales para las arroceras.

Conclusión

En todo lo recorrido, la presencia del hombre es clara y contundente en cuanto a la explotación de la naturaleza, pero absolutamente ausente en todo lo que se refiere a control y fiscalización de su uso. Es por este motivo que son normales los excesos, cuando no los abusos, con un costo ambiental invaluable. La creación de una reserva natural o parque nacional es importantísimo, pero más lo es la presencia de un control efectivo en toda la región, más allá de una zona protegida.

Norman Robson para Gualeguay21

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