Libertad, soledad, o inventar algo que nos permita ser libres sin estar solos
Hay premisas naturales que caracterizan a nuestra especie desde los albores de la Humanidad. Por ejemplo, cualquier ser humano, sea mujer u hombre, difícilmente pueda sacrificar su libertad una vez que la descubra. Del mismo modo, todo ser humano, sin excepción, prefiere siempre la compañia a la soledad. Esto es así por naturaleza, más allá de lo que cualquier individuo quiera pretender, o presumir, en sentido contrario. Ahora bien, la realidad del presente obligó a mujeres y hombres a tener que elegir entre ser libre y estar solo, o sacrificar su libertad para estar acompañado, privándolos de una felicidad plena.
El ser humano, por su propia naturaleza, es un bicho que habita en colonias (sociedades), y se desarrolla a partir de unidades grupales (familias). A diferencia del resto de las especies del Reino Animal, el humano funda todo en relaciones personales según vínculos emocionales. Así lo hizo desde los inicios de la Humanidad, pero según estrictos códigos de convivencia, pautados por la religión o la cultura.
Conforme fue pasando el tiempo, los individuos fueron ampliando sus horizontes, abriendo sus cabezas, y terminaron rompiendo con algunos tabúes iniciales que sostenían aquel modelo de convivencia, y ése fue modificándose.
Uno de los principales factores que fue debilitando aquel riguroso paradigma fue la libertad y el uso que hicieron de ella los individuos. Los conceptos de emancipación y derecho fueron socavando la rigidez y estrictez del modelo social de convivencia, priorizando el egoismo y el individualismo de los seres humanos, y terminando con aquellas bases familiares basadas en el “hasta que la muerte nos separe”.
De ese modo, los individuos descubrieron la libertad, el estado de derecho les legalizó esa libertad, y la finitud de la vida los terminó de convencer de que la prioridad era uno mismo. Así fue que se profundizó, masivamente, el interés extremo de cada uno por cada uno, los vínculos se debilitaron, y las relaciones comenzaron a romperse.
De ese modo, la libertad, de la mano del egoismo y del individualismo, derribó preceptos y agotó la tolerancia en las relaciones, pero no pudo neutralizar, mucho menos anular, la necesidad natural del ser humano de estar con otro par de su especie, y los individuos comenzaron a alternar relaciones en busca de una satisfacción casi imposible: convivir sin perder la libertad.
En los patriarcados de las sociedades más “cálidas”, como las latinas, esta transformación fue y es más traumática por el arraigo del machismo en la sociedad. En éstas culturas, las relaciones suelen ser de extremo o exagerado contacto,
En ese escenario, los individuos de uno y otro género salieron en busca, y muchos aún buscan, vínculos emocionales que no les coarten la libertad, pero que colmen sus necesidades afectivas. Esto termina generando solo frustración, ya que, las expectativas nunca se ven satisfechas sus deseos de libertad y compañía.
Ese conflicto es el que vive hoy nuestra sociedad. Unos libres deseando compañía, otros acompañados deseando libertad, unos y otros, por ello, sumidos, en silencio, en la insatisfacción, y rayando la infelicidad, mientras muy pocos lograron conciliar, en sus relaciones, la libertad con la compañía, compartiendo lo importante, y alcanzando así una vida más plena y feliz.
La libertad no es algo exclusivo de uno en perjuicio del otro, ya que, si en una relación, ambas partes acuerdan compartir los tiempos dignos de compartir, y liberar el resto del tiempo a cada uno, ambos verán satisfechas sus expectativas de libertad y compañía. Para esto solo es preciso comprender, y aceptar, que no es necesario tenerlo todo del otro, sino tener lo mejor del otro. Compartiendo lo mejor de cada uno, y dejando libre lo otro, se puede vivir feliz. Nunca es tarde.
Norman Robson para Gualeguay21