13 febrero, 2025 1:44 pm
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Otro clásico de potrero

Hay equipos que no se olvidan, no solo por alguna estrella efímera o trascendente sino por la sinergia entre sus integrantes, una sinergia de pasión afianzada en el estrecho vínculo, el vínculo que les dio el potrero.

La dupla Bochini Bertoni, recuerdo, fue un ejemplo de eso. Una constelación de innatas virtudes potenciadas por la pasión y encontradas en el compromiso.

 

 

 

Como esta, hubo muchas: el mellizo y Palermo, Pipo y Beto, y Cani y Bati. Afuera Gullit y Van Basten, Salas y Zamorano, y  Del Piero e Inzaghi.

Y todos estos, a lo largo de la historia, fueron acompañados por grandes genios de la talla de Pelé, Platini, Maradona o Messi.

Maestros, venidos de la academia o del potrero, que conformaron verdaderas orquestas sinfónicas del futbol y deleitaron a millones en varias generaciones.

Ahora bien, en la música pasa lo mismo.

Grandes virtuosos apasionados, surgidos del conservatorio, también han deleitado a millones.

David Lebón y Pëdro Aznar, Paco De Lucia, John Mclaughlin y Al Di Meola, La Camerata Bariloche y la Royal Philarmonic, son solo algunos nombres.

La música ha dado a luz grandes genios que se consagraron en expresiones conjuntas, dúos, grupos u orquestas, genios que trascendieron en la música y se ganaron su lugar en las páginas de la historia.

Pero son muy pocos los que vieron el éxito surgiendo desde el potrero musical. Si bien de allí surgen grandes maestros, estos se limitan a explotar su virtuosismo en camaradería. Ellos son solo bohemios, personajes divorciados de la ambición exitista contemporánea, que comparten el único compromiso de rescatar y perpetuar su culto.

Pero cuando estas estrellas se constelan en un grupo ejecutor superan todo lo visto y oído, adquieren una luminosidad especial, casi celestial, solo porque ellos le suman esa pimienta de la pasión cultivada entre amigos.

Y estas constelaciones son únicas e irreproducibles, solo existen en tiempo y forma cuando el destino las provoca.

Y cuando esto es así, solo hay que disfrutar.

Gracias a Dios, Gualeguay no está exento a este fenómeno socio cultural, y en lo que a guitarras se trata, su potrero es, fue y será en extremo prolífico.

Cunden las guitarras de potrero, muy bien engordadas a peña y vino tinto, guitarras ejecutadas desde lo profundo del alma dando testimonio de una cuna riquísima en exponentes.

Una de estas noches pasadas tuve la suerte de presenciar una impresionante expresión de sinergia de pasión, entendimiento, inspiración, creación.

Presenciar como cinco magistrales artífices de las cuerdas se alternaban en su genialidad.

Presenciar como cinco genios que se miran y que se cantan una nota o un acorde, arrancan juntos en absoluta sintonía y sinfonía.

Presenciar, compartiendo un tinto entre ellos, la armonía entre las cuerdas ejecutadas por instrumentos y manos distintas.

Presenciar la expresión mancomunada de vidas distintas que coinciden en la virtud, en la pasión, para desembocar, juntos en tiempo y espacio, en una exaltación sinérgica de acordes acústicos.

Fue una instancia mística, fue un momento de paz exclusiva, fue toda una bendición.

Los artífices que iluminaron este encuentro fueron Hugo Mena, Julio Acosta, Moncho Arellano, Florencio Flores y Martin Correa.

Cinco tipos sencillos, con historias distintas, de las largas y de las cortas, con cosas lindas y feas, pero todos de potrero, de peña y vino tinto, pero que juntos disfrutan de las guitarras.

Cinco tipos que, juntos, interpretan magistralmente, como una unidad sonora, cualquier especie musical para deleite de quienes los acompañan.

Cinco tipos sencillos que, a la hora de las guitarras, conforman una constelación de estrellas de lujo virtuoso que, entre vino y vino, desnudan su maestría en pos de una soñada sinfonía de cuerdas.

Fue un momento de pura magia gualeya.

Norman Robson para Gualeguay21

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