Pinceladas de Rock: Un evento extraordinario teñido de ausencia

El domingo por la noche se desplegó en el estadio del Club BH una extraordinario puesta en escena que involucró a casi un centenar de artistas, entre coreutas y músicos, unos cincuenta instrumentos, y sendos equipos de sonido e iluminación. Un despliegue que exigió mucho esfuerzo y mucha logística. Se trató de un maravilloso recital coral sinfónico llamado “Pinceladas de Rock”. Un trabajo faraónico para darle a una modesta ciudad del sur entrerriano la oportunidad de disfrutar de un único e inigualable espectáculo, uno de esos que solo hay en las grandes ciudades. Pero la mitad de las butacas estuvieron vacías, y la culpa se la echan al pueblo gualeyo.
Pinceladas de Rock (vol I y II), según el “cartón” con que difundieron el evento, sería algún tipo de recital de rock “para solista, coro, banda y orquesta” a celebrarse en el Club BH el 20 de octubre a las 20 hs. Del mismo participarían la Orquesta Sinfónica Municipal de Crespo, y grupos corales de Paraná, Crespo, María Grande y Gualeguay, Francisco Scotta como solista y Eduardo Retamar, como director. Por último, el banner advierte que el espectáculo es organizado por el coro gualeyo, ofrece unos teléfonos de contacto para adquirir las entradas, y dice que algo tendría que ver la Municipalidad local, tal vez como patrocinador o auspiciante.
Al mismo tiempo que compartían este banner por los perfiles y estados, los organizadores dieron un par de notas a algunos medios locales sobre lo que tendría lugar en el Club BH, aunque sin transmitir mucho más de lo que transmitía el “cartón” municipal.
Ahora bien, aquello que descubrimos los afortunados que fuimos al evento fue algo tan distinto como extraordinario. Un tremendo recital de rock nacional de los setentas, ochentas y noventas, ejecutado por magníficos grupos corales, junto a una excelente orquesta, un solista de primerísima línea, todos dirigidos por un magistral director.
Un majestuoso espectáculo ejecutado por casi cien almas, todas reunidas para revivir los inolvidables clásicos de aquellos años. Temazos que marcaron a aquellas generaciones, en este caso exquisitamente adaptados para coro y orquesta, pero que no por eso perdieron emoción, ni dejaron de conmover a los espectadores presentes. Desde Sui Géneris en adelante, los hits de entonces, uno tras otro, sacudieron ese baúl de recuerdos que cada uno lleva dentro, donde son protagonistas el Ranser portátil y los longplays de vinilo, los posteriores walkman, los “asaltos”, los pantalones oxford, el jean o el jardinero prelavados, las botitas de gamuza, las toppers, etcétera.
Pero tanta fascinación no alcanzó para disimular la gran cantidad de butacas o ubicaciones vacías o libres. Algo inexplicable en tamaña propuesta, la cual merecía, sin lugar a dudas, por sus características y calidades, un estadio colmado, rebalsado. Entonces, consumado tan emocionante evento, y con el corazón aún lleno de melancólicas sensaciones, uno buscó explicaciones a tanta inesperada ausencia. ¿Qué pasó?
No fue el valor de la entrada, generales de 8 mil pesos, no más de lo que se paga la entrada a un boliche los fines de semana, o lo que cuesta la entrada a una jineteada.
La respuesta fue desnudándose más tarde, al compartir con conocidos tan maravillosa experiencia. Ninguno sabía del evento. Una recorrida más amplia, a la mañana siguiente, demostró que mucha gente no supo de Pinceladas de Rock, y hubiera ido. Al observar el video publicado por Gualeguay21, todos se sorprendieron: nadie imaginó “eso”. De esto se desprende, sin lugar a dudas, que el evento no fue difundido como lo merecía, y como merecía la sociedad de Gualeguay, provocando que muchos, injustamente, se lo perdieran, salvo que tuvieran el servicio de Canal 2.
En otras palabras, se trató de un costosísimo despliegue de artistas, equipos e instrumentos dedicados a la puesta en escena, ejecución y logística del recital, que no tuvo su retribución en cantidad de público, porque falló la difusión del evento y, por ende, la venta de localidades. Un error que desperdició el enorme esfuerzo de los organizadores, y afectó el resultado económico del evento, a la vez que desalienta futuras inversiones de ese tipo, y, lo más grave, proyecta la idea de que la sociedad gualeya no aprecia o valora esos espectáculos. Algo tan falso como injusto.
En síntesis, semejante vacío dice, por un lado, que aquel que financió el evento perdió dinero, o, en el mejor de los casos, dejó de ganarlo, y, por el otro, que esa cantidad de ausencias perdieron la oportunidad de experimentar semejante recital.
Lamentablemente, no es la primera vez que un evento de calidad no se difunde como merece, tal vez culpa de que la cultura gualeya está dividida, enfrentada, atravesada por seudo ideologías que nada tienen que ver con la cuestión, y que parecieran pretender reservar solo para sus círculos exclusivos o simpáticos los eventos que organizan. Una lástima, y una injusticia, que los gualeyos no merecen, ni, mucho menos, tienen la culpa.
Norman Robson para Gualeguay21