Se vino el otoño
Los días van teniendo gradualmente más momentos oscuridad, y parecen más cortos aunque sigan teniendo 24 horas. Los árboles en las calles y parques cambian tonalidades y pierden hojas. Un paisaje bello y paulatinamente más “despojado”, como invitándonos a todos a ir a lo esencial.
En estos días estuve pensando en momentos de oración en aquellas cosas que de verdad valen la pena, que te dejan en paz con poco; y en otras que te agitan sin sentido. ¿No te sentís a veces haciendo esfuerzos tan inútiles como si estuvieras atrapando vientos?
A mí a veces me pasa. Corremos el riesgo de que se nos vaya la vida un poco al cohete.
Me ponía a pensar en cómo adjetivamos la palabra tiempo: vacío, ocupado, habitado, o también muerto, tranquilo, agitado… Y a veces lo mencionamos en plural, como haciendo referencia a la época: tiempos contradictorios, o de esperanza, oscuros o luminosos… En este caso las adjetivaciones son aplicables a la sociedad en que vivimos. Cuando conversamos con gente que trabaja en televisión es común escuchar “el tiempo es tirano”…
En estos tiempos estamos con tendencia al egoísmo, al encierro. Cuántas veces nos queremos comunicar y nos chocamos con la pared de un contestador que nos invita a marcar otro número, o nos va paseando de un interno a otro sin resultado concreto, o nos termina diciendo “deje su mensaje”, lo cual se traduce en después vemos… Sin darnos cuenta la vida puede parecerse a esos contestadores que nos entretienen sin darnos respuestas.
Nos hace bien preguntarnos de vez en cuando: ¿se puede malograr el tiempo? ¿Se puede perder? No digo distraerse unos momentos, sino malgastarlo en esterilidad y vacío.
Hoy en las misas se lee en el capítulo 4 del Evangelio de San Juan los diálogos de Jesús con la mujer Samaritana. El Maestro le habla de un agua que Él tiene para saciar la sed, en clara alusión a los anhelos más profundos del corazón humano. Sólo Él puede calmar esa búsqueda de eternidad. Con San Agustín podemos afirmar: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”.
Nos evoca la oración del Salmo: “sólo en Dios descansa mi alma, de él me viene la esperanza” (Salmo 62, 6); “Señor, tú eres mi Dios, yo te busco ardientemente; mi alma tiene sed de ti, por ti suspira mi carne como tierra sedienta, reseca y sin agua”. (Salmo 63, 2)
O aquel canto inspirado en escritos de San Juan de la Cruz: “De noche iremos, de noche, que para encontrar la fuente, sólo la sed nos alumbra”.
Tenemos la certeza de que la eternidad ya comenzó, y que la vamos experimentando en la medida en que nos dedicamos a lo que tiene “más peso específico”. Te doy algunos ejemplos: el odio pasará, el amor permanece para siempre; la mentira caerá, la verdad se abre paso para manifestarse; la injusticia será desterrada y amanecerán tiempos de paz…
Jesús enseñó: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde o arruina su vida?”. (Lc. 9, 25)
Tenemos una tarea apasionante entre manos: vivir; con todas las letras. Y esta vocación es para que todos tengamos vida en abundancia, tal como nos pensó Dios desde toda la eternidad.
Nadie está ausente de su nacimiento ni del propio velorio. Aprovechemos el tiempo de punta a punta.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social