Ser público
Aunque a veces confundimos los términos, lo público no es lo gubernamental. Es el lugar de reunión de todos. Es el ágora griega, es el foro, es la plaza. Es el lugar donde conviven el representado y el representante. El indiferente y el que participa. El mediocre y el brillante. El bueno y el malo. Es el lugar de todos.
Ser humanos en lo público es asumir que no solo tenemos derechos para reclamar (cosa que hacemos a menudo y muy bien), sino también obligaciones para asumir. Obligaciones, diríamos de amplio espectro: desde participar cívicamente hasta ocuparnos puntualmente de un parque o de una vereda. No con título de propietarios sobre esos bienes, pero sí con una sensación de propiedad. Y con la certeza de que no necesitamos que nadie venga a pedirnos que lo hagamos, ya que se trata de instintos cívicos que deberían partir de nuestro fuero íntimo. Porque cuidar no es una invocación hacia lo material, sino a lo espiritual, a los valores que forman nuestro ser. Todas esas dimensiones, me parece, se ejercitan en el laboratorio de lo público. Porque es allí donde se va construyendo la verdadera sociedad. Es en esos intercambios y en esas acciones.
En este sentido, la interfase entre lo privado y lo público debería ser amigable, y no un abismo inabordable que nos desaliente y nos aleje. Debería ser un puente que nos invite a caminar, a salir de lo privado para pasar hacia lo público y luego regresar. Porque la idea no es mezclarlo todo, ni abandonar una esfera en detrimento de la otra. No, la idea es crear una vía de doble circulación, un ida y vuelta que retroalimente el conjunto.
Las preguntas del caso, por ejemplo, serían: ¿Qué demandas y qué preocupaciones humanas existen en lo público que nosotros ya tenemos resueltas en lo privado? Para lo cual, enteonces, reclutaremos en lo privado disposición y voluntad para ir a contribuir. O, en el sentido inverso: ¿Qué beneficios brinda lo público que aún no tenemos solucionado en lo privado? No tengo techo, no tengo atención médica, no tengo educación… Ésa es mi situación privada. Lo público, sin embargo, me ofrece una alternativa para estas carencias. Asegura a todos lo mínimo de la digno.
Sólo en este escenario posible el sentido de igualdad no significa que de oportunidades y de resultados en equidad. La idea es ensamblar un sistema de vasos comunicantes, para que aquellos que en esta Argentina de hoy estamos bendecidos y no nos falta nada en la esfera de lo privado, podamos interceder en lo público para colaborar con aquellos que sólo tienen falta e indignidad.
Lo primero que hay que definir, me parece, es la línea de flotación, el umbral de esa dignidad. Y creo, justamente, que una de las claves para el desarrollo de lo humano en este marco se da en ese diálogo interactivo entre lo público y lo privado. Pensemos, por ejemplo, en nosotros mismos, en tanto argentinos. No hay una sola actividad privada en este país que no sea aplaudida, reconocida y valorada en el mundo: artes, ciencias, negocios, deporte, cultura… No existe disciplina en la que no nos destaquemos. Nuestras grandes falencias, sin embargo, están marcadas por el abismo que separa el énfasis y la calidad con la que encaramos lo privado, y el desinterés que manifestamos por lo público.
Rabino Sergio Bergman