Cuestión de poder
El mundo está lleno de conflictos, hasta la vida misma es un derrotero de conflictos, y, frente a ello, la cuestión de poder es determinante a la hora de obtener ventajas en beneficio propio, sea para defendernos o para desarrollarnos, muchas veces en lo individual, pocas en lo común.

Lo cierto es que hombres y mujeres pretenden obtener ventajas que le permitan imponerse por sobre los más débiles y, a la vez, resistirse a los más fuertes, en una suerte de naturalmente equilibrado concierto de poderes.
Así, desde chiquitos, aprendemos que el poder de la fuerza es lo que nos destaca, lo que nos diferencia, lo que nos coloca por sobre un resto, pero, lamentablemente, siempre descubrimos, brutalmente a veces, que hay otros más fuertes que están por arriba nuestro.
Conforme crecemos, también descubrimos que el poder que no nos concede la fuerza puede concedérnoslo el dinero, y, entonces, descubrimos que, por más dinero que tengamos, igual que con la fuerza, siempre hay otros que tienen más que nosotros.
En este intrincado mundo salvaje e indómito, como si fueran pocas las desigualdades de fuerza y dinero, descubrimos, también, otro poder que puede otorgarnos una temporaria posición de ventaja: El poder de la oportunidad. Este, fácilmente, lo encontramos, expuesto o encubierto, en relaciones de sexo, trabajo, estudio, religión, etcétera, y que no dudamos en explotarlo en nuestro beneficio, aunque, siempre descubrimos que, de una u otra forma, alguien, también, tiene la oportunidad de tomar ventaja de nosotros.
De este modo, en este escenario de compleja supervivencia de unos por sobre otros, o contra otros, nos encontramos con el poder en la política, ámbito en el cual todos los poderes se potencian salpimentando el concierto de poderíos de la vida y del mundo, y donde, indefectiblemente, siempre habrá alguno más poderoso que otro, sumando así salpimentando el equilibrio dinámico pero nunca justo de la realidad.
Así es que la vida se plantea como un complejísimo juego de poderes donde las ventajas y desventajas nutren la construcción y destrucción del mundo, un día de un lado, y al otro del otro, sorprendiendo maquiavélicamente a hombres y mujeres, que, egoístas, solo buscan consolidar sus ventajas particulares por sobre las comunes, atendiendo, únicamente, su ámbito de interés y comodidad.
Ahora bien, en todo este contexto de poderes que rigen la vida cotidiana en este mundo, el normal de la gente termina resignándose creyendo que no hay nada contra los poderes superiores que le tocan en suerte, y que solo les queda rendirse a sus imposiciones, buscando, desesperados, acomodarse y pasarla lo mejor posible.
Desafortunadamente, pocos saben que hay solo un poder capaz de oponerse e imponerse a todos los expuestos: El poder de la razón, aquel que concede el conocimiento, el saber, la información a través del pensamiento, un poder tan particular que resulta indiferente a todos los otros.
Este poder, binario y generoso, no conoce oposición, ya que su universo se divide entre quienes tienen razón y quienes no la tienen, a la vez que permite, a quienes no la tienen, tenerla sin otro requisito que su voluntad.
Tal es así que, en este nuevo milenio, en plena era del conocimiento, contra la razón bien aprovechada no hay fuerza física, dinero, ventaja o recurso que valgan tanto como para oponerse.
En la antigüedad, quienes ostentaban este poder eran los brujos, siempre acomodados al lado del poder, a su servicio, brindándole las ventajas correspondientes, pero hoy, en plena globalización, donde impera el libre acceso a la información, ya no hay lugar para brujos sino que cada uno tiene la prerrogativa de ser su propio brujo.
De este modo, hoy en día, el mundo se divide entre las personas que “saben”, que “conocen”, que “están al tanto”, o sea, que “tienen razón”, y las que no, siendo las primeras las que pueden enfrentar cualquier tipo de abuso de poder sin morir en el intento.
Lamentablemente, a lo largo de la historia, los poderosos se ocuparon en imponer el rigor del poder convencional que establecía su supremacía, y neutralizaron cualquier intención de promover las buenas prácticas de la razón, facilitar el saber, el conocimiento y la información, o incentivar el pensamiento.
En estos tiempos que corren, resulta casi indispensable para un correcto desarrollo humano, y para lograr una buena calidad de vida, una adecuada formación en el ejercicio de la razón, fundada en el pensamiento a partir de los recursos del conocimiento, del saber y de la información, actividades que permitirían que la sociedad se blinde contra los abusos de los otros poderes y propondría un equilibrio de poderes mucho más justo.
Solo cabe agregar que esta formación debe desarrollarse en un marco de estricto respeto por los valores éticos y morales que promuevan la concepción de un mundo solidario concentrado en la naturaleza y la comunidad, y no en el individualismo consumista e inmediatista.
Definitivamente, el mundo sería muy diferente si, así como se forma a nuestros hijos en álgebra y literatura, se los forme en el ejercicio del pensamiento, en la importancia del saber, del conocimiento y de la información, y en las buenas prácticas de la razón.
Norman Robson para Gualeguay21