10 diciembre, 2024 3:13 am
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No a la trata de personas, porque vale toda vida

Hace rato que buena parte de la humanidad abolió la esclavitud, aunque hay regiones del planeta en los cuales aún se acepta y justifica. 

BLANCO-NEGRO

Pero debemos decir con dolor que en la Argentina el delito aberrante de la trata de personas para la esclavitud laboral o sexual sigue teniendo lugar. 

Se generan también Estructuras de pecado que se consolidan por medio de organizaciones criminales que tienen como finalidad la explotación de otros hermanos. 

De este modo operan Redes de narcotráfico, de trata de personas para la explotación sexual o laboral, de tráfico de armas, contrabando, juego, lavado de dinero. También se organizan para el robo de bebés y la realización de trámites fraudulentos de adopción. 

Se cae en la idolatría del dinero y el poder por encima de los derechos humanos. 

Estas mafias van también en contra de la democracia, porque al operar  fuera de las leyes del Estado (no hay igualdad ante la ley) ceden soberanía del pueblo al crimen organizado. De esta manera nos encontramos con que controlan territorios, disponen quién vende droga y quién consume, deciden qué se controla y qué pasa la frontera impunemente; en qué lugares se roban vehículos, dónde se los desarma y cómo se venden los repuestos. 

Hay que cuidar el avance de las bandas delictivas para que no se siga expandiendo la corrupción “cuyas consecuencias recaen principalmente sobre los más pobres y desvalidos. Son además los pobres los primeros en sufrir los retrasos, la ineficiencia, la ausencia de una defensa adecuada y las carencias estructurales, cuando la administración de la justicia es corrupta” (EA 23).

Ante el poder de las mafias se deteriora la moral del pueblo y la confianza en las instituciones, se burla la justicia, “se generaliza la impunidad y la comunidad se siente impotente e indefensa frente al delito” (DSD 233).  Los pobres suelen estar más desamparados e incluso algunos son captados con mayor facilidad para formar parte del trabajo de venta y distribución de drogas.

La trata es una realidad criminal que nos avergüenza como seres humanos. De esta manera se considera al “otro” como objeto transferible y vendible según la ley de la oferta y la demanda, para la explotación laboral o sexual, o para el tráfico de órganos. Se utiliza el engaño con condiciones laborales o de estudio, o directamente el secuestro. Tiempo de sometimiento físico y psicológico, quiebre de voluntad y adicción.

No existe el derecho a oprimir ni usar a nadie. Vivimos en una sociedad con valores distorsionados. Por un lado se avanza paulatinamente en el reconocimiento de derechos a los animales, y se prohíbe su uso en los circos para diversión de las personas. Pero a su vez se pretende justificar que alguna persona (mujer o varón) sea considerada objeto de placer para diversión de sus semejantes. En algunos municipios se prohíbe la tracción a sangre de caballo para los carros de cartoneros, pero se mira para otro lado cuando son niños quienes realizan la misma tarea. 

En cuanto a la sexualidad, hay afirmaciones erróneas. Estructuralmente, psicológicamente, el varón no necesita consumir sexo. Si lo hace, abusa. El “consumidor” es prostituyente. Se pretende justificar conductas perversas con argumentos que contienen resabios de pseudo-cultura machista y con una mirada de la sexualidad en un marco hedonista y frívolo. El Papa Benedicto XVI en un discurso se refería “a la discriminación sexual de las mujeres. Toda persona, tanto hombre como mujer, está destinada a ser para los demás. Una relación que no respete el hecho de que el hombre y la mujer tienen la misma dignidad, constituye un crimen grave contra la humanidad. Ya es hora de detener de modo enérgico la prostitución, así como la amplia difusión de material de contenido erótico o pornográfico, también en Internet” (Discurso del Papa Benedicto XVI al Señor Reinhard Schweppe, nuevo Embajador de Alemania ante la Santa Sede, 7 de noviembre 2011). Si alguien se siente solo y no se lo banca, debe hacer terapia o buscar amigos o practicar deportes; no buscar una mujer con la cual intimar a cambio de dinero como solución a su problema, como tristemente expresaba un legislador en estos días.  

El que paga es cómplice de secuestro y tortura. También debería ser sancionado penalmente. No puede no conocer que se ha utilizado violencia física, psicológica, engaño con las personas sometidas en los lugares llamados contradictoriamente “casas de tolerancia”. 

La sanción debiera incluir la confiscación de los locales utilizados para estos fines. ¿Por qué no proponer incautar los bienes y adecuarlos para el servicio de víctimas, como se hace en otros países?

Como sociedad debe haber una clara condena al “turismo sexual” y aborrecer particularmente la explotación de los niños para ese fin. 

No se puede tener una mirada ingenua sobre este drama; hay mafias que se enriquecen y oprimen. La corrupción y complicidad abarca diversas estructuras políticas y sociales: Fuerzas de seguridad, Poder Judicial, Poderes Públicos. La motivación puede ser el dinero o el miedo por amenazas. 

Me ha tocado escuchar testimonios desgarradores que indignan y enojan. 

Pero encontramos también Signos de esperanza: hay mayor divulgación de la problemática y creciente indignación social.

San Juan Pablo II en el año 2002 nos iluminó diciéndonos que “la trata de personas humanas constituye un ultraje vergonzoso a la dignidad humana y una grave violación de los derechos humanos fundamentales”. 

Y sigue diciendo: “Estas situaciones son una afrenta a los valores fundamentales que comparten todas las culturas y todos los pueblos, valores arraigados en la misma naturaleza de la persona humana. El alarmante aumento de la trata de seres humanos es uno de los problemas políticos, sociales y económicos urgentes vinculados al proceso de globalización; representa una seria amenaza a la seguridad de cada nación y es una cuestión de justicia internacional impostergable”. (Juan Pablo II, Carta al Arzobispo Jean-Louis Tauran con motivo de la Conferencia Internacional sobre el tema Esclavitud en el siglo XXI: la dimensión de los Derechos Humanos en la trata de Seres Humanos, 15 de mayo de 2002.)

El Papa Francisco ha pedido a la Pontificia Academia de las Ciencias se dedique a realizar un estudio de este drama a nivel global. Ha predicado acerca del flagelo de la globalización del individualismo y la indiferencia. 

Para la tradición judeo-cristiana es muy importante recordar la pregunta que hace Dios: “Caín, ¿dónde está tu hermano?”(Gn 4,9). El lugar que tienen los demás es el de la fraternidad. Dios reprueba la respuesta de Caín que busca desentenderse: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”. 

El Papa nos abre su corazón acerca de este flagelo: “Siempre me angustió la situación de los que son objeto de las diversas formas de trata de personas. Quisiera que se escuchara el grito de Dios preguntándonos a todos: «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). ¿Dónde está tu hermano esclavo? ¿Dónde está ese que estás matando cada día en el taller clandestino, en la red de prostitución, en los niños que utilizas para mendicidad, en aquel que tiene que trabajar a escondidas porque no ha sido formalizado? No nos hagamos los distraídos. Hay mucho de complicidad. ¡La pregunta es para todos! En nuestras ciudades está instalado este crimen mafioso y aberrante, y muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda”. (EG 211)

Y nos decía Francisco en el mensaje de la Jornada Mundial de la Paz del año 2015: “No puedo dejar de pensar en los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o para formas encubiertas de adopción internacional” (ídem).

En el año 2014 la ONU declaró como “Día Mundial contra la trata” el 30 de julio. El tema propuesto para este año es: “Emigrar sin trata. Sí a la libertad, no a la esclavitud”. 

No podemos ser indiferentes ante las situaciones de esclavitud y opresión. Mientras exista este flagelo mostraremos

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

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