Sexo o amor, esa es la cuestión
En el terreno de las relaciones personales, el amor y el sexo se mezclan, y, desde tiempos inmemoriales, eso nos desconcierta a todos, llevándonos a correr detrás de un placer todopoderoso que nunca es tal.

Para colmo de males, esa búsqueda se da en un escenario donde vanidades, pecados, tabúes y deseos, embarran la vida social de los individuos pervirtiendo todas las relaciones, sus emociones, y dificultando cualquier camino a la felicidad.
Como si no fuera suficiente con el consumismo, la inmediatez y la degradación de los valores para complicar nuestra realidad emocional.
De ese modo, el acto sexual en sí, y todo lo que este implica, se ha convertido en un importante protagonista de nuestra vida, incluso por sobre cualquier otro aspecto, olvidando y distorsionando la esencia propia del asunto.
Tanta es la confusión que llegamos a creer que la frecuencia, la cantidad y la variedad que caracterizan a nuestra vida sexual hacen al hombre más hombre y a la mujer más mujer.
Pero ninguna de estas características de nuestra vida sexual nos traerá, por si sola, grandes satisfacciones, sino temporales estados que podrán resolver demandas emocionales puntuales, pero nunca una realización sostenible y genuina que nos mejore la existencia.
Solo la intensidad puede hacer al hombre y a la mujer más realizados, pero, para ello, los cuerpos y sus almas deben latir armónica, sintónica y sincrónicamente, para así liberar toda la pasión contenida.
Toda esta química emocional entre individuos, algo que muchos llaman amor, deja en éstos sensaciones reales de satisfacción que significan un importante bienestar más allá del hecho, como un mejor ánimo, una mayor autoestima, una más adecuada realización, y un creciente optimismo, atributos que nos predisponen frente a los demás aspectos de la vida.
Muy por el contrario, en un encuentro sin pasión todo se hace mero trámite, solo falso desahogo y efímero placer, y de allí, a un paso, espera el vacío, la insatisfacción, después la decepción, y al final la frustración.
Por ejemplo, a partir de un consenso conveniente, y un roce físico placentero, pueden atenderse necesidades emocionales específicas en cuanto a la valoración personal o a la soledad, pero ninguna de estas se resolverá si no hay una verdadera comunión de las partes.
O sea, no hay forma de que un encuentro resulte tan trascendente y enriquecedor que pueda satisfacer a las partes si no hay armonía, sintonía, sincronía, química, pasión, intensidad y comunión entre ellas.
Por lo tanto, solo a partir de un determinado proceso emocional entre dos seres puede gestarse un encuentro que desembarque a ambos en un mejor estado que trascienda el mero suceso.
Ahora bien, superadas las épocas madurativas de las vanidades, y la de los miedos sociales, la práctica del sexo en la búsqueda de emociones que justifiquen la existencia comienza a ser inútil, pues la frecuencia, la variedad y la cantidad le quitan magia al asunto, y la práctica se torna intrascendente, degradándose su valor emocional, al punto de que los encuentros terminan sin enriquecer a ninguna de las partes.
Entonces, de acuerdo a lo observado, a la hora de decidir sobre el sexo, puede ser mejor, para el individuo que busca realizarse, adoptar una conducta social responsable en la que no hipotequemos nuestra realización personal, sino que optemos por reservarnos para la oportunidad adecuada que pondrá en valor nuestra calidad de vida.
Por todo esto, remover el sexo de nuestra agenda rutinaria hacia un celibato temporal que nos permita, llegado el momento, aprovechar la oportunidad de liberar todas nuestras emociones contenidas, desplegar todos nuestros encantos, y hacer de esa ocasión, por lo menos, algo especial, sino inolvidable, puede ser una opción acertada.
¿Sexo o amor? Sexo y amor, sería la respuesta acertada, pues solo juntos pueden brindar satisfacción y realización a quienes lo practiquen.
Norman Robson para Gualeguay21